miércoles, 5 de septiembre de 2012

Gary North vs. Matellán Vara

TEOCRACIAS CONTRA DEMOCRACIAS, ¿HACIA DÓNDE TRANSITAR?
Por Ángel Sanabria Ibarra

En este ensayo quiero confrontar dos proyectos políticos totalmente opuestos, que tienen en común la disquisición que hacen sobre el papel que debe jugar la religión en la sociedad. El primero es el de Gary North, un economista y teólogo norteamericano, reformado, el cual ha vertido en numerosos libros, de los cuales en español se han publicado: La liberación del planeta Tierra, Heredarán la Tierra, Entrega incondicional y La religión revolucionaria de Marx. El segundo proyecto es del catedrático español Serafín Matellán Vara, el cual desarrolla en su obra: Convivir con los dioses, cuyo subtítulo es “Las religiones en las sociedades democráticas”.

El “reconstruccionismo” de Gary North

“Reconstruccionismo” es el término que mejor define el proyecto de Gary North, se trata de una vuelta a la teocracia como la que vivió el pueblo de Israel en tiempo de Moisés. North es un post-milenialista empedernido, que está convencido de que la Iglesia cristiana –léase “evangélica conservadora”– debe someter todos los poderes del mundo a la ley de Dios, instaurar el reino de Cristo y construir una nueva sociedad, como un ensayo de la economía divina que se ejercerá en plenitud a la vuelta de Cristo. Él llama a esta estrategia “reconstrucción cristiana” y ha fundado en Estados Unidos un organismo conocido como Instituto para la Economía Cristiana, encargado de promover estas ideas. En la presentación del libro de uno sus discípulos, dice:

«Los adeptos del “movimiento teonomista”, lo que se llama también la “reconstrucción cristiana”, proclamamos un avivamiento mundial futuro y la sumisión constante, voluntaria de la gente a la ley de Dios. Creemos que los cristianos recibirán cada vez más responsabilidades en todas las esferas de la vida porque el mundo ya no tiene respuestas factibles. Dios nos dará estas obligaciones, pero no por medio de la revolución o la tiranía. Más bien, las dará a aquellos quienes en la historia se someten voluntariamente a Dios, y los otros […] permitirán que los cristianos ejerzan las funciones sociales, políticas, militares y económicas» (D. Chilton, La Gran Tribulación, p. xiii).

Pero este tono moderado no siempre lo mantiene North, pues sabe que las concesiones que espera la Iglesia del mundo, no siempre serán aceptadas por los no cristianos; por eso en otros momentos nuestro autor estalla en consignas de amenazas contra los rebeldes; en uno de los pasos de su estrategia de dominio, señala:

«Se extiende el tratado de paz a todas las áreas de las culturas que se entregan incondicionalmente a Dios. Se debe poner a la sociedad entera bajo el dominio. Las sociedades o pueden gobernarse bajo la autoridad soberana de Dios […] o pueden ser tributarios del reino conquistador de Dios […] de otra manera se les destruirá… No hay escapatoria, no hay salida de emergencia» (Entrega incondicional, p. 259).

Si bien esta declaración puede provocar sonrisas, no debería tomarse tan a la ligera, y menos cuando a los lectores de su boletín quincenal, Remnant Review, les ha dicho que los cuatro principios claves de la inversión son: «el oro, los comestibles, las armas de fuego y Dios» (Entrega… p. ix).

Las culturas del mundo, pues, a como dé lugar han de ser sometidas a la fuerza avasalladora del cristianismo, el plan ha sido ya elaborado y está fríamente calculado, North lo explica así:

«Primero, Dios salva a los hombres por medio de la predicación del evangelio de Jesucristo. Segundo, estos hombres responden en fe a la tarea de dominio asignada por Dios […] Tercero, estos hombres regenerados comienzan a estudiar la ley de Dios y a subordinar sus corazones, vidas y áreas de trabajo al orden legal integral de Dios. Cuarto, las bendiciones de Dios comienzan a fluir hacia los que actúan en Su nombre y conforme a Su Ley. Quinto, los cristianos empiezan a reconocer el principio de mayordomía: “liderazgo vía servicio” en cada esfera de la vida: la Familia, la Iglesia institucional, las escuelas, el Gobierno Civil, la economía. Esto conduce al sexto paso, la ascensión de cristianos a posiciones de prominencia en cada esfera de la vida […] Séptimo, la Ley de Dios se impone progresivamente en cada sociedad que ha declarado su compromiso con Cristo. Octavo, esto provoca la envidia de las naciones extranjeras que comienzan a imitar el orden social cristiano, con el fin de recibir las bendiciones tangibles. Noveno, aun provoca la envidia de los judíos que se convierten a Cristo. Décimo, la conversión de los judíos lleva a una explosión de conversiones sin igual, seguida por bendiciones tangibles todavía mayores. Undécimo, el reino de Dios pasa a ser  universal  en  extensión,  y  sirve  como  un  pago  inicial  de Dios a Su pueblo de la restauración que vendrá después del día del juicio. Duodécimo, ahora las fuerzas de Satanás tienen algo que les provoca a la rebelión […] Decimotercero, Cristo aplasta esta rebelión de Satanás al momento de su venida final en gloria y juicio. Decimocuarto, Satanás, sus ángeles, y sus seguidores humanos son juzgados, y luego condenados al lago de fuego. Y finalmente, decimoquinto, Dios establece los nuevos cielos y nueva tierra para que los redimidos lo sirvan por toda la eternidad» (Entrega… pp. 233-234).

Una característica más para completar el retrato hablado de este folklórico autor, y que nos ayudará a entender cómo pudo éste personaje dar a luz semejante “teología del dominio”, es que North se presenta como un paladín en la lucha contra el comunismo, y especialmente contra la “Teología de la liberación”. Su libro La religión revolucionaria de Marx, cuyo subtítulo es La regeneración por medio del caos, es una tediosa arenga contra ello. No concibe North que un cristiano pueda ser socialista, porque, según él, ambas cosas son completamente opuestas, por ello se atreve a decir que «el “socialista cristiano” es un individuo que se engaña a sí mismo (o esta engañado por el demonio). Como el leproso, está infectado» (Entrega… p. 189).

North se defiende, como gato boca arriba, de los socialistas que acusan a los fundamentalistas evangélicos de predicar una salvación individualista y supramundana, dice: «no debemos limitar los efectos de la sanidad de Dios sólo en el alma de cada individuo que ha sido salvado. La sanidad del alma de cada persona redimida se extenderá a cada área de su vida, y de ahí a toda la sociedad. Nosotros no hablamos de una salvación fuera de este mundo, como nos acusan falsamente los comunistas» (La liberación… p. 12). Por insólitas que parezcan estas palabras en labios de un fundamentalista, son, como ya se vio, congruentes con su tesis del dominio de la tierra, la cual remarca al decir: «el Señor no nos llama a abandonar los deberes terrenales. Él nos llama a ejercitar dominio sobre cada aspecto de la tierra en su nombre, para su gloria, y por medio de su ley» (La Liberación… p. 15).

North sucumbe a la trampa que provoca la compleja relación entre religión y cultura, y se le ve penosamente defendiendo la cultura norteamericana, como lo que él cree ser el mejor modelo de cristianismo evangélico para ser exportado al mundo: «El cristianismo no se inventó en los E.E.U.U.; fue inventado en el cielo. Los E.E.U.U. es sólo uno de los “distribuidores autorizados” del cristianismo» (La Liberación… pp. 18-19). Con lo que queda atestiguado que toda la estrategia de North no es la conquista del mundo por el evangelio, sino por una versión espuria del cristianismo, en este caso, la cultura gringa. Y para no quedar como un pedante chauvinista, enseguida declara: «y si su pueblo [el norteamericano] deja de ser fiel, este “oficio de distribuidor” pasará a otros por completo» (La Liberación… p. 19).

Cualquier lector ingenuo tomará a broma o con displicencia las tesis de Gary North, pero este personaje ha estado haciendo tanto ruido en la sociedad norteamericana, que algunos analistas políticos se lo están tomando demasiado en serio y ya empiezan a señalarlo como una especie de loco furioso del cual hay que cuidarse, más cuando North propone una sociedad que lleve a cabo ejecuciones públicas para las mujeres que aborten, los homosexuales, los herejes, las mujeres que no sean vírgenes antes del matrimonio y los adúlteros. Dichas ejecuciones deberán hacerse por medio de lapidaciones en las que participen todos los ciudadanos, porque las piedras son gratis y así, al participar todos, se hace conciencia ciudadana (S. George, El pensamiento secuestrado, p. 152).

¿Alguien pensaba que el fundamentalismo religioso es un fenómeno que actualmente sólo se presenta entre los musulmanes…? Pues el señor North, cuyo apellido, por cierto, le hace honor a su arenga chauvinista, es una muestra de que no.


Matellán Vara: La democracia sin dioses

El autor que ahora nos ocupa es de trasfondo católico, pero en su última obra asume una postura agnóstica, su preocupación, sin embargo, sigue siendo el fenómeno religioso, y en particular el dilucidar qué papel tiene las religiones dentro de las sociedades modernas occidentales. Se trata del profesor español Serafín Matellán Vara, quien ha vertido sus tesis en el libro titulado: Convivir con los dioses: Las religiones en las sociedades democráticas (Madrid, 1998). Él nos introduce a la problemática a partir de esta cuestión:

«Uno de los derechos fundamentales de las personas, en las modernas sociedades democráticas, es el derecho a la libertad religiosa, es decir, el derecho a elegir, adorar y servir al Dios que a cada cual más le plazca, o quedarse sin Dios alguno en la vida […] Sin embargo, es un derecho que puede resultar conflictivo, precisamente a causa de ese carácter totalizante de las creencias religiosas, y de los dioses que suelen presidirlas. Conflictos entre los diversos dioses de las diversas religiones –la historia está llena de ellos– y conflictos con la sociedad democrática misma que, según parece, no soporta absolutismos, ni siquiera de los dioses. ¿Podrá pensarse, todavía, en alguna forma de democracia presidida por la imagen de alguno de los dioses, que las diversas religiones nos ofrecen? ¿Son compatibles sociedad democrática y sociedad religiosamente adjetivada: nación católica, nación protestante, república islámica…? ¿Qué pueden significar las religiones en las modernas sociedades democráticas?» (pp. 16-17).

Y a contestar precisamente esta última pregunta, dedica todo su libro el profesor Matellán. Para nuestro autor, el problema se enraíza en la competencia de dos poderes, por un lado los poderes sagrados y por el otro, los sociopolíticos (p. 13). Cuando los dioses gobiernan, se tiene una teocracia, y cuando los hombres se rigen a sí mismos, una democracia; en la sociedad civil no se pueden tener ambos sistemas al mismo tiempo, porque, por su  naturaleza propia, se excluyen:

«Cuando mandan los dioses –el Dios de cada pueblo o de cada cultura– a los hombres no les queda más remedio, si creen sinceramente en ellos, que obedecerles ciegamente […] Y, por el contrario, si los hombres se gobiernan autónomamente a sí mismos, no parece que pueda tener lugar en esa autonomía el gobierno, absolutista por naturaleza, de los dioses» (p. 18).

Obviamente para Matellán no hay duda de quién debe establecer las reglas del juego en la sociedad civil:

«Ya no es aceptable […] que una religión pretenda imponer, ni directa, ni indirectamente, sus peculiares creencias y puntos de vista a toda la sociedad democrática. En cambio, la sociedad democrática sí puede y, acaso, deba exigir a las religiones, cualesquiera que ellas sean y cualesquiera que sean sus creencias, las normas del juego de la convivencia democrática y el absoluto respeto a su autonomía, para que puedan tener pacífica cabida en el ámbito de esa sociedad» (p. 22).

Esta desconfianza por las religiones no es gratuita, pues como bien señala Matellán, la historia está llena de luchas sangrientas, a causa de que las religiones se han creído dueñas de las sociedades civiles y han querido imponer por la fuerza sus respectivos dioses y creencias (pp. 50-51).

El riesgo todavía existe porque la base de la psicología religiosa es el convencimiento de que las leyes sagradas deben ser obedecidas y llevarse ahí hasta donde Dios lo demande:

«Es pasmoso y temible al mismo tiempo, porque, si alguien se convence de que sus deseos y proyectos son la voluntad de Dios, y se convence, además, de que Dios le exige el cumplimiento de esos deseos y la realización de esos proyectos, no habrá fuerza humana que lo detenga, por disparatados o inhumanos que sean. Tratará de llevarlos a cabo, aunque sea matando o muriendo; porque Dios es el Señor de la vida y de la muerte y su voluntad soberana debe reinar sobre todo ser viviente individual y colectivo» (p. 49).

Por todo esto, Matellán, sugiere que «a la democracia, en cuanto sociedad de todos y para todos por igual, le va mejor sin los dioses» (p. 53). Lo cual no significa un “ateísmo activo”, sino el reconocimiento de que el hombre, y sólo él, es la base de las sociedades democráticas (p. 57). Después de un largo proceso histórico, y gracias a la ciencia y la tecnología, el hombre ha arribado a un estado de vida libre y secular, en el cual se ha desvinculado de la tutela religiosa y puede construir una mejor sociedad humana prescindiendo de Dios. Esto, a efectos prácticos, significa que:

«Cuando el creyente, de cualquier credo que sea, vive el compromiso de ir construyendo, a una con todos los demás ciudadanos, una sociedad cada vez más humana, ha de actuar en lo social exclusivamente como hombre, no como creyente, como si sólo importara el hombre y su mundo o, lo que es lo mismo visto desde otro ángulo, como si su Dios no existiera a efectos sociopolíticos […] Sería algo así como la muerte social de los dioses» (p. 58).

Matellán, como Gary North, también cuestiona el socialismo cristiano como inconsistente, pero desde la perspectiva del neoliberalismo:

«Aunque […] la liberación socioeconómica de los oprimidos no fue, por lo general, misión de las religiones, en estos últimos tiempos han surgido en el cristianismo corrientes de iluminados que propugnan esa liberación como un imperativo de la revelación bíblica. Pero esa, ni es tarea sagrada, ni sobrenatural, ni mandato específico de los dioses. Con dioses o sin dioses, la liberación socioeconómica del hombre es cosa del hombre mismo en cuanto tal […] No es praxis religiosa, sino praxis propia del hombre en su específica existencia temporal» (p. 99).

Todo el pensamiento de Matellán desemboca en la privatización de la religión. Si las religiones han de ser toleradas en las modernas sociedades democráticas, deben ser circunscritas al ámbito de lo privado, esto es, a la fe de los individuos y las comunidades de creyentes, y ocuparse exclusivamente de lo espiritual no de lo terrenal: «No se trata, ni mucho menos, de reducir las religiones a “religión invisible” […] sino de situarlas en lo propio y específico suyo, que es lo trascendente, dejando lo temporal para el hombre» (p. 116).

Matellán especifica, aún más, eso “suyo” de las religiones al aclarar su contenido teológico: las religiones han de ocuparse únicamente del problema de la muerte –el cual nuestro autor reconoce que ni aún la ciencia ha resuelto– y de los caminos para salvarse (pp. 105-106). Sólo así, las religiones podrán coexistir en las sociedades democráticas y tendrán algo atractivo que ofrecer: «Esta oferta es, todavía hoy, y seguirá siendo, según creo, misión insustituible de las religiones en las modernas sociedades democráticas, que trasciende lo secular y se proyecta hacia posibles mundos sagrados y eternos, distintos de este mundo nuestro» (ibidem).

De este modo, todos quedan contentos: los demócratas, sean creyentes o no, para seguir construyendo una mejor sociedad, y los religiosos, cuyos productos espirituales podrían así competir en el libre mercado: «Como todo lo que al libre consumo se refiere, la religión pertenece al mundo privado de los ciudadanos. Es asunto privado consumir unas naranjas, en vez de unas manzanas; un video romántico para la noche del sábado, en vez de un western; una novela policíaca, en vez de la prosa de Cervantes […] La Biblia, en vez de El Corán; el Bhagavad-Gita, en vez de El Libro del Mormón» (p. 133).

Y –¡no faltaba más!–:

«Hasta Dios mismo saldría ganando. Efectivamente, dejando sólo para el hombre lo que sólo al hombre pertenece, Dios sería más fácilmente liberado de esas implicaciones y complicaciones en absurdas luchas humanas, que han convertido a los dioses de los pueblos en absurdos dioses de guerra, y liberado también de esas imágenes idolátricas […] a las que han venido reduciendo los creyentes el misterio de Dios […] “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”» (p. 157).

Como puede verse, por algo hay que combatir la religión, es tal su fuerza de seducción, que nuestro autor hasta ¡terminó convertido en predicador!

EVALUACIÓN CRÍTICA

Gary North nos ha presentado la versión más extrema del cristianismo fundamentalista, con la propuesta de que esa interpretación religiosa sea la que someta y domine el mundo civilizado en una especie de teocracia o bibliocracia legalista. Por otra parte, Serafín Matellán Vara nos presenta una visión social que margine toda expresión religiosa al ámbito de la interioridad de los individuos, de modo que los “dioses” no tengan ninguna clase de intervención de los asuntos civiles de los hombres. Vistas así las cosas, sin duda que es el profesor Matellán quien despierta nuestras simpatías y, por contraste, hace ver a North como un religioso fanático y peligroso. Pero habría que hacer algunas observaciones a ambos autores que despejen el camino y nos ayuden a ver con claridad el futuro de las religiones en la sociedad:

1. A Gary North sólo se le puede reconocer el esfuerzo de hacer que el mensaje bíblico tenga sentido para el hombre moderno inmerso en las preocupaciones sociales. Sin embargo, North, al ser heredero de la teología calvinista, falla precisamente en pretender reinstaurar un régimen de terror como alguna vez lo fuera la Ginebra de Calvino, que llegó a linchar a un hombre tan ilustre como Miguel Servet, tan sólo por el hecho de tener una doctrina heterodoxa o contraria a la teología oficial.

2. Matellán Vara inhibe todo participación social de las personas religiosas, y en particular de los cristianos, como si la fe y la acción social fueran cosas que se excluyen mutuamente, con lo cual pasa por alto que el progreso social y cultural ha sido fruto directo de la acción de los cristianos en la historia, principalmente a partir de la Reforma Protestante. Ciencia, justicia social, desarrollo económico, abolición de la esclavitud, derechos de las minorías, socialismo y más, son hitos que derivaron de los pensamientos y acciones de ideólogos religiosos. Por lo cual no puede uno menos que preguntarse ¿cómo sería hoy el mundo occidental si los cristianos hubieran seguido sometidos a un tipo de pensamiento como el que propone el señor Matellán, de quietismo religioso, en el cual los creyentes sólo se limiten a una adoración contemplativa o mística y no tengan ninguna participación en la vida social de sus pueblos?

3. North y Matellán coinciden en una sola cosa: en que atacan frontalmente la teología de la liberación social. El primero porque cree que es incompatible el cristianismo con el socialismo, y el segundo porque dice que Dios no llama ni ha llamado nunca a nadie a la liberación social de sus pueblos. ¡Vaya! Dos teólogos, uno protestante y otro católico, que parecen no haber leído nunca la Biblia, y si lo han hecho, ha sido con unas gafas deformadas por el liberalismo burgués que ha empañado su visión y les ha impedido descubrir a un Dios que a través de sus profetas declaró que está en contra de toda injusticia humana, que define la verdadera religión como misericordia hacia los desamparados, que anuncia un evangelio de salvación para los sufrientes y que señala que la prioridad de los miembros del reino de los cielos debe ser y será siempre la justicia. Y si alguien no lo ha leído en la Biblia, aquí están algunos de sus textos que así lo enseñan: Isaías 1:16-26; Miqueas 6:6-8; Santiago 1:27; Lucas 4:18-19; Mateo 6:33.

Pero la consecución de la justicia nunca debe ni podrá ser al alto costo de sacrificar el don más preciado que Dios nos ha dado que es la libertad, libertad de pensamiento, de palabra y de acción. Ya el célebre clérigo John Wesley, iniciador del movimiento metodista y precursor de muchas causas sociales, lo expresó bien en su famosa frase: “pensamos y dejamos pensar”. Creo que la actitud de los religiosos de cualquier credo, de cara a la sociedad debe tomar en cuenta lo siguiente:

Primero, descubrir al Dios de la vida, la justicia y el amor, que subyace en las enseñanzas de sus textos sagrados y de sus fundadores. Lo cual significa hacer a un lado todas las interpretaciones y deformaciones humanas que aun los autores de esos textos y doctrinas han dejado plasmados en ellos.

Segundo, los creyentes religiosos pueden aportar a la sociedad civil lo mejor de sus propias doctrinas, respetando las diferentes propuestas de otras personas, creyentes o no, y buscando las coincidencias ideológicas que permitan alcanzar objetivos comunes y una sociedad mejor.

Y tercero, no es posible ni deseable un ecumenismo por el cual todos los credos del mundo se diluyan o devengan en una tiranía religiosa; pero sí es deseable y posible transitar, como lo ha convocado el teólogo católico Hans Küng, hacia una ética universal, pues, como bien dice este ilustre pensador: «No hay paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones. No hay diálogo entre las religiones sin normas globales éticas. No hay supervivencia de nuestro globo sin una ética global, sin una ética universal» (En busca de nuestras huellas, p. 23).

Sólo por este camino, el de la verdad y la vida, transitaremos hacia una nueva humanidad.

ÁNGEL SANABRIA IBARRA
Septiembre 2012


BIBLIOGRAFÍA:

Chilton, David. La Gran Tribulación. Texas: I.C.E., 1991.
George, Susan. El pensamiento secuestrado. Icaria Editorial, 2009.
Küng, Hans. En busca de nuestras huellas. México: Random House Mondadori, 2007.
Matellán Vara, Serafín. Convivir con los dioses. Madrid: Minerva Ediciones, 1998.
North, Gary. Heredarán la Tierra. Texas: I.E.C., 1987.
North, Gary. La liberación del planeta Tierra. Texas: I.E.C., 1987.
North, Gary. Entrega incondicional. Texas: I.E.C., 1990.
North, Gary. La religión revolucionaria de Marx. Texas: I.E.C., 1990.

sábado, 1 de septiembre de 2012

El inquisidor decapitado


La cara oscura de Tomás Moro

Esta obra del escritor español César Vidal es en extremo reveladora, es una novela histórica que aborda los últimos años de Sir Thomas More, o Tomás Moro, como se le conoce en castellano, un personaje que ha sido canonizado por la Iglesia Católica como un mártir y que en la devoción popular ha pasado a ser el “santo de los políticos”. Aunque Moro también es famoso en los medios académicos por haber escrito una singular obra llamada: “Utopía”, en la cual proyecta una ciudad ideal.

Tomás Moro (1478-1535) fue un canciller inglés y un devoto católico, bajo las órdenes del rey Enrique VIII. Fue contemporáneo de Erasmo de Rótterdam y Martín Lutero, siendo amigo del primero y enemigo acérrimo del segundo. En las biografías tradicionales se presenta a Moro como un defensor de la libertad de cultos y de palabra. Pero en esta novela César Vidal derrumba esa imagen al presentarnos un rostro desconocido de este personaje: el de un inquisidor implacable y cruel que persiguió a cuantas personas disentían de la Iglesia de Inglaterra, pues se sentía un adalid con la misión de exterminar la herejía del reino y preservar la fe católica.

Moro mandó a la hoguera, a la horca o a la decapitación a los sospechosos de compartir las doctrinas protestantes que se estaban extendiendo en el continente. Por sus calabozos pasaron clérigos, mercaderes, curtidores y hasta profesores de la universidad, a ninguno perdonó. Ordenó que se les aplicaran las más severas e inhumanas torturas, tales como que se les cortara el pene y se les introdujera en la boca, luego que se les abriera el vientre para sacarles los intestinos y cocerlos en un caldero para que percibieran su olor, para finalmente cortarles la cabeza.

En la novela se mencionan algunos personajes históricos, no ficticios, que sufrieron la tortura o la muerte por órdenes de Moro: Thomas Hitton, John Petyt, Thomas Bilney, George Constantine, Richard Bayfield, John Tewkesberry, Thomas Dusgate, James Bainham y John Frith.

Dicho de otra manera, Tomás Moro fue el gran inquisidor de Inglaterra durante los años en que fungió como canciller al servicio de Enrique VIII. Para justificar su posición, Moro escribió varios opúsculos: en Diálogo referente a las herejías, señaló que los herejes deben ser castigados por muerte en el fuego; en Súplica por las almas, amenazó con el purgatorio a todos aquellos que se opusieran a la Iglesia Romana; y en La apología del caballero Sir Tomás Moro, atacó la libertad de conciencia, con lo cual cae por tierra la reputación de “defensor del libre pensamiento” que se le adjudica.

Pero tal como le sucediera a Amán, un siniestro personaje del Antiguo Testamento que quería exterminar a los judíos de Persia, las cosas se voltearon contra Tomás Moro, la horca que él había preparado para seguir colgando “herejes” se alzó para ejecutarlo a él. Su historia tomó este infausto giro cuando, siendo aún canciller, se opuso al divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragón. En un principio Moro había apoyado al rey, aun sabiendo que éste quería casarse con Ana Bolena para engendrar el hijo varón que la reina no le había dado. Pero después Moro cambió su actitud hacia el monarca, al parecer movido por tres causas: la primera es que Enrique VIII estaba decidido a romper nexos con el Vaticano porque el Papa se oponía a la anulación de su matrimonio; la segunda, que Moro fue despojado de su autoridad para seguir linchando herejes; y la tercera que comenzó a prestar oídos a Elizabeth Barton, una monja visionaria que le profetizó al rey que sería castigado por Dios si se oponía al Papa.

En fin, una historia que es de sobra conocida, el caso es que Moro fue acusado de alta traición al rey de Inglaterra y fue confinado a la torre de Londres, de donde fue llevado directamente al patíbulo. Estaba condenado a sufrir las mismas torturas que él les había infligido a los disidentes que había procesado, pero por el aprecio que el rey aún le tenía, éste ordenó que la sentencia se le conmutara por la decapitación. Terminando así los días de un hombre que tuvo algunas ideas ilustres, pero que perdió la cabeza mucho antes de que la quitaran.

El inquisidor decapitado
César Vidal
Barcelona: Booket, 1999
121 págs.