TEOCRACIAS CONTRA DEMOCRACIAS, ¿HACIA
DÓNDE TRANSITAR?
Por Ángel Sanabria Ibarra
En este ensayo quiero confrontar dos
proyectos políticos totalmente opuestos, que tienen en común la disquisición
que hacen sobre el papel que debe jugar la religión en la sociedad. El primero
es el de Gary North, un economista y teólogo
norteamericano, reformado, el cual ha vertido en numerosos libros, de los
cuales en español se han publicado: La
liberación del planeta Tierra, Heredarán
la Tierra, Entrega incondicional
y La religión revolucionaria de Marx.
El segundo proyecto es del catedrático español Serafín Matellán Vara, el cual
desarrolla en su obra: Convivir con los
dioses, cuyo subtítulo es “Las religiones en las sociedades democráticas”.
El
“reconstruccionismo” de Gary North
“Reconstruccionismo” es el término que
mejor define el proyecto de Gary North, se trata de una vuelta a la teocracia
como la que vivió el pueblo de Israel en tiempo de Moisés. North es un
post-milenialista empedernido, que está convencido de que la Iglesia cristiana
–léase “evangélica conservadora”– debe someter todos los poderes del mundo a la
ley de Dios, instaurar el reino de Cristo y construir una nueva sociedad, como
un ensayo de la economía divina que se ejercerá en plenitud a la vuelta de
Cristo. Él llama a esta estrategia “reconstrucción cristiana” y ha fundado en
Estados Unidos un organismo conocido como Instituto para la Economía Cristiana,
encargado de promover estas ideas. En la presentación del libro de uno sus discípulos,
dice:
«Los adeptos del “movimiento teonomista”,
lo que se llama también la “reconstrucción cristiana”, proclamamos un
avivamiento mundial futuro y la sumisión constante, voluntaria de la gente a la
ley de Dios. Creemos que los cristianos recibirán cada vez más
responsabilidades en todas las esferas de la vida porque el mundo ya no tiene
respuestas factibles. Dios nos dará estas obligaciones, pero no por medio de la
revolución o la tiranía. Más bien, las dará a aquellos quienes en la historia
se someten voluntariamente a Dios, y los otros […] permitirán que los
cristianos ejerzan las funciones sociales, políticas, militares y económicas» (D. Chilton, La Gran Tribulación, p. xiii).
Pero este tono moderado no siempre lo
mantiene North, pues sabe que las concesiones que espera la Iglesia del mundo,
no siempre serán aceptadas por los no cristianos; por eso en otros momentos
nuestro autor estalla en consignas de amenazas contra los rebeldes; en uno de
los pasos de su estrategia de dominio, señala:
«Se extiende el tratado de paz a todas
las áreas de las culturas que se entregan incondicionalmente a Dios. Se debe
poner a la sociedad entera bajo el dominio. Las sociedades o pueden gobernarse
bajo la autoridad soberana de Dios […] o pueden ser tributarios del reino
conquistador de Dios […] de otra manera se les destruirá… No hay escapatoria,
no hay salida de emergencia» (Entrega
incondicional, p. 259).
Si bien esta declaración puede provocar
sonrisas, no debería tomarse tan a la ligera, y menos cuando a los lectores de
su boletín quincenal, Remnant Review,
les ha dicho que los cuatro principios claves de la inversión son: «el oro, los
comestibles, las armas de fuego y Dios» (Entrega…
p. ix).
Las culturas del mundo, pues, a como dé lugar han de ser sometidas a la fuerza avasalladora del cristianismo, el plan
ha sido ya elaborado y está fríamente calculado, North lo explica así:
«Primero, Dios salva a los hombres por
medio de la predicación del evangelio de Jesucristo. Segundo, estos hombres
responden en fe a la tarea de dominio asignada por Dios […] Tercero, estos
hombres regenerados comienzan a estudiar la ley de Dios y a subordinar sus
corazones, vidas y áreas de trabajo al orden legal integral de Dios. Cuarto,
las bendiciones de Dios comienzan a fluir hacia los que actúan en Su nombre y
conforme a Su Ley. Quinto, los cristianos empiezan a reconocer el principio de
mayordomía: “liderazgo vía servicio” en cada esfera de la vida: la Familia, la
Iglesia institucional, las escuelas, el Gobierno Civil, la economía. Esto
conduce al sexto paso, la ascensión de cristianos a posiciones de prominencia
en cada esfera de la vida […] Séptimo, la Ley de Dios se impone progresivamente
en cada sociedad que ha declarado su compromiso con Cristo. Octavo, esto
provoca la envidia de las naciones extranjeras que comienzan a imitar el orden
social cristiano, con el fin de recibir las bendiciones tangibles. Noveno, aun
provoca la envidia de los judíos que se convierten a Cristo. Décimo, la
conversión de los judíos lleva a una explosión de conversiones sin igual,
seguida por bendiciones tangibles todavía mayores. Undécimo, el reino de Dios
pasa a ser universal en extensión, y
sirve como un
pago inicial de Dios a Su pueblo de la restauración que
vendrá después del día del juicio. Duodécimo, ahora las fuerzas de Satanás
tienen algo que les provoca a la rebelión […] Decimotercero, Cristo aplasta
esta rebelión de Satanás al momento de su venida final en gloria y juicio.
Decimocuarto, Satanás, sus ángeles, y sus seguidores humanos son juzgados, y
luego condenados al lago de fuego. Y finalmente, decimoquinto, Dios establece
los nuevos cielos y nueva tierra para que los redimidos lo sirvan por toda la
eternidad» (Entrega… pp. 233-234).
Una característica más para completar el
retrato hablado de este folklórico autor, y que nos ayudará a entender cómo
pudo éste personaje dar a luz semejante “teología del dominio”, es que North se
presenta como un paladín en la lucha contra el comunismo, y especialmente
contra la “Teología de la liberación”. Su libro La religión revolucionaria de Marx, cuyo subtítulo es La regeneración por medio del caos, es
una tediosa arenga contra ello. No concibe North que un cristiano pueda ser
socialista, porque, según él, ambas cosas son completamente opuestas, por ello
se atreve a decir que «el “socialista cristiano” es un individuo que se engaña
a sí mismo (o esta engañado por el demonio). Como el leproso, está infectado» (Entrega… p. 189).
North se defiende, como gato boca arriba,
de los socialistas que acusan a los fundamentalistas evangélicos de predicar
una salvación individualista y supramundana, dice: «no debemos limitar los
efectos de la sanidad de Dios sólo en el alma de cada individuo que ha sido
salvado. La sanidad del alma de cada persona redimida se extenderá a cada área
de su vida, y de ahí a toda la sociedad. Nosotros no hablamos de una salvación
fuera de este mundo, como nos acusan falsamente los comunistas» (La liberación… p. 12). Por insólitas que
parezcan estas palabras en labios de un fundamentalista, son, como ya se vio,
congruentes con su tesis del dominio de la tierra, la cual remarca al decir:
«el Señor no nos llama a abandonar los deberes terrenales. Él nos llama a
ejercitar dominio sobre cada aspecto de la tierra en su nombre, para su gloria,
y por medio de su ley» (La Liberación… p.
15).
North sucumbe a la trampa que provoca la
compleja relación entre religión y cultura, y se le ve penosamente defendiendo
la cultura norteamericana, como lo que él cree ser el mejor modelo de
cristianismo evangélico para ser exportado al mundo: «El cristianismo no se
inventó en los E.E.U.U.; fue inventado en el cielo. Los E.E.U.U. es sólo uno de
los “distribuidores autorizados” del cristianismo» (La Liberación… pp. 18-19). Con lo que queda atestiguado que toda la
estrategia de North no es la conquista del mundo por el evangelio, sino por una
versión espuria del cristianismo, en este caso, la cultura gringa. Y para no
quedar como un pedante chauvinista, enseguida declara: «y si su pueblo [el
norteamericano] deja de ser fiel, este “oficio de distribuidor” pasará a otros
por completo» (La Liberación… p. 19).
Cualquier lector ingenuo tomará a broma o
con displicencia las tesis de Gary North, pero este personaje ha estado
haciendo tanto ruido en la sociedad norteamericana, que algunos analistas
políticos se lo están tomando demasiado en serio y ya empiezan a señalarlo como
una especie de loco furioso del cual hay que cuidarse, más cuando North propone
una sociedad que lleve a cabo ejecuciones públicas para las mujeres que
aborten, los homosexuales, los herejes, las mujeres que no sean vírgenes antes
del matrimonio y los adúlteros. Dichas ejecuciones deberán hacerse por medio de
lapidaciones en las que participen todos los ciudadanos, porque las piedras son
gratis y así, al participar todos, se hace conciencia ciudadana (S. George, El pensamiento secuestrado, p. 152).
¿Alguien pensaba que el fundamentalismo
religioso es un fenómeno que actualmente sólo se presenta entre los
musulmanes…? Pues el señor North, cuyo apellido, por cierto, le hace honor a su
arenga chauvinista, es una muestra de que no.
Matellán
Vara: La democracia sin dioses
El autor que
ahora nos ocupa es de trasfondo católico, pero en su última obra asume una
postura agnóstica, su preocupación, sin embargo, sigue siendo el fenómeno
religioso, y en particular el dilucidar qué papel tiene las religiones dentro
de las sociedades modernas occidentales. Se trata del profesor español Serafín
Matellán Vara, quien ha vertido sus tesis en el libro titulado: Convivir con los dioses: Las religiones en
las sociedades democráticas (Madrid, 1998). Él nos introduce a la
problemática a partir de esta cuestión:
«Uno de los derechos fundamentales de las
personas, en las modernas sociedades democráticas, es el derecho a la libertad
religiosa, es decir, el derecho a elegir, adorar y servir al Dios que a cada
cual más le plazca, o quedarse sin Dios alguno en la vida […] Sin embargo, es
un derecho que puede resultar conflictivo, precisamente a causa de ese carácter
totalizante de las creencias religiosas, y de los dioses que suelen
presidirlas. Conflictos entre los diversos dioses de las diversas religiones
–la historia está llena de ellos– y conflictos con la sociedad democrática
misma que, según parece, no soporta absolutismos, ni siquiera de los dioses.
¿Podrá pensarse, todavía, en alguna forma de democracia presidida por la imagen
de alguno de los dioses, que las diversas religiones nos ofrecen? ¿Son
compatibles sociedad democrática y sociedad religiosamente adjetivada: nación
católica, nación protestante, república islámica…? ¿Qué pueden significar las
religiones en las modernas sociedades democráticas?» (pp. 16-17).
Y a contestar precisamente esta última
pregunta, dedica todo su libro el profesor Matellán. Para nuestro autor, el
problema se enraíza en la competencia de dos poderes, por un lado los poderes
sagrados y por el otro, los sociopolíticos (p. 13). Cuando los dioses
gobiernan, se tiene una teocracia, y cuando los hombres se rigen a sí mismos,
una democracia; en la sociedad civil no se pueden tener ambos sistemas al mismo
tiempo, porque, por su naturaleza
propia, se excluyen:
«Cuando mandan los dioses –el Dios de
cada pueblo o de cada cultura– a los hombres no les queda más remedio, si creen
sinceramente en ellos, que obedecerles ciegamente […] Y, por el contrario, si
los hombres se gobiernan autónomamente a sí mismos, no parece que pueda tener
lugar en esa autonomía el gobierno, absolutista por naturaleza, de los dioses»
(p. 18).
Obviamente para Matellán no hay duda de
quién debe establecer las reglas del juego en la sociedad civil:
«Ya no es aceptable […] que una religión
pretenda imponer, ni directa, ni indirectamente, sus peculiares creencias y
puntos de vista a toda la sociedad democrática. En cambio, la sociedad
democrática sí puede y, acaso, deba exigir a las religiones, cualesquiera que
ellas sean y cualesquiera que sean sus creencias, las normas del juego de la
convivencia democrática y el absoluto respeto a su autonomía, para que puedan
tener pacífica cabida en el ámbito de esa sociedad» (p. 22).
Esta desconfianza por las religiones no
es gratuita, pues como bien señala Matellán, la historia está llena de luchas
sangrientas, a causa de que las religiones se han creído dueñas de las
sociedades civiles y han querido imponer por la fuerza sus respectivos dioses y
creencias (pp. 50-51).
El riesgo todavía existe porque la base
de la psicología religiosa es el convencimiento de que las leyes sagradas deben
ser obedecidas y llevarse ahí hasta donde Dios lo demande:
«Es pasmoso y temible al mismo tiempo,
porque, si alguien se convence de que sus deseos y proyectos son la voluntad de
Dios, y se convence, además, de que Dios le exige el cumplimiento de esos
deseos y la realización de esos proyectos, no habrá fuerza humana que lo
detenga, por disparatados o inhumanos que sean. Tratará de llevarlos a cabo,
aunque sea matando o muriendo; porque Dios es el Señor de la vida y de la
muerte y su voluntad soberana debe reinar sobre todo ser viviente individual y
colectivo» (p. 49).
Por todo esto, Matellán, sugiere que «a
la democracia, en cuanto sociedad de todos y para todos por igual, le va mejor
sin los dioses» (p. 53). Lo cual no significa un “ateísmo activo”, sino el
reconocimiento de que el hombre, y sólo él, es la base de las sociedades
democráticas (p. 57). Después de un largo proceso histórico, y gracias a la
ciencia y la tecnología, el hombre ha arribado a un estado de vida libre y
secular, en el cual se ha desvinculado de la tutela religiosa y puede construir
una mejor sociedad humana prescindiendo de Dios. Esto, a efectos prácticos,
significa que:
«Cuando el creyente, de cualquier credo
que sea, vive el compromiso de ir construyendo, a una con todos los demás
ciudadanos, una sociedad cada vez más humana, ha de actuar en lo social
exclusivamente como hombre, no como creyente, como si sólo importara el hombre
y su mundo o, lo que es lo mismo visto desde otro ángulo, como si su Dios no
existiera a efectos sociopolíticos […] Sería algo así como la muerte social de
los dioses» (p. 58).
Matellán, como Gary North, también
cuestiona el socialismo cristiano como inconsistente, pero desde la perspectiva
del neoliberalismo:
«Aunque […] la liberación socioeconómica
de los oprimidos no fue, por lo general, misión de las religiones, en estos
últimos tiempos han surgido en el cristianismo corrientes de iluminados que
propugnan esa liberación como un imperativo de la revelación bíblica. Pero esa,
ni es tarea sagrada, ni sobrenatural, ni mandato específico de los dioses. Con
dioses o sin dioses, la liberación socioeconómica del hombre es cosa del hombre
mismo en cuanto tal […] No es praxis religiosa, sino praxis propia del hombre
en su específica existencia temporal» (p. 99).
Todo el pensamiento de Matellán desemboca
en la privatización de la religión. Si las religiones han de ser toleradas en
las modernas sociedades democráticas, deben ser circunscritas al ámbito de lo
privado, esto es, a la fe de los individuos y las comunidades de creyentes, y
ocuparse exclusivamente de lo espiritual no de lo terrenal: «No se trata, ni
mucho menos, de reducir las religiones a “religión invisible” […] sino de
situarlas en lo propio y específico suyo, que es lo trascendente, dejando lo
temporal para el hombre» (p. 116).
Matellán especifica, aún más, eso “suyo”
de las religiones al aclarar su contenido teológico: las religiones han de
ocuparse únicamente del problema de la muerte –el cual nuestro autor reconoce
que ni aún la ciencia ha resuelto– y de los caminos para salvarse (pp. 105-106).
Sólo así, las religiones podrán coexistir en las sociedades democráticas y
tendrán algo atractivo que ofrecer: «Esta oferta es, todavía hoy, y seguirá
siendo, según creo, misión insustituible de las religiones en las modernas
sociedades democráticas, que trasciende lo secular y se proyecta hacia posibles
mundos sagrados y eternos, distintos de este mundo nuestro» (ibidem).
De este modo, todos quedan contentos: los
demócratas, sean creyentes o no, para seguir construyendo una mejor sociedad, y
los religiosos, cuyos productos espirituales podrían así competir en el libre
mercado: «Como todo lo que al libre consumo se refiere, la religión pertenece
al mundo privado de los ciudadanos. Es asunto privado consumir unas naranjas,
en vez de unas manzanas; un video romántico para la noche del sábado, en vez de
un western; una novela policíaca, en
vez de la prosa de Cervantes […] La Biblia,
en vez de El Corán; el Bhagavad-Gita, en vez de El Libro del Mormón» (p. 133).
Y –¡no faltaba más!–:
«Hasta Dios mismo saldría ganando.
Efectivamente, dejando sólo para el hombre lo que sólo al hombre pertenece,
Dios sería más fácilmente liberado de esas implicaciones y complicaciones en
absurdas luchas humanas, que han convertido a los dioses de los pueblos en
absurdos dioses de guerra, y liberado también de esas imágenes idolátricas […]
a las que han venido reduciendo los creyentes el misterio de Dios […] “Dar al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”» (p. 157).
Como puede verse, por algo hay que
combatir la religión, es tal su fuerza de seducción, que nuestro autor hasta
¡terminó convertido en predicador!
EVALUACIÓN CRÍTICA
Gary North nos ha presentado la versión
más extrema del cristianismo fundamentalista, con la propuesta de que esa
interpretación religiosa sea la que someta y domine el mundo civilizado en una
especie de teocracia o bibliocracia legalista. Por otra parte, Serafín Matellán
Vara nos presenta una visión social que margine toda expresión religiosa al
ámbito de la interioridad de los individuos, de modo que los “dioses” no tengan
ninguna clase de intervención de los asuntos civiles de los hombres. Vistas así
las cosas, sin duda que es el profesor Matellán quien despierta nuestras
simpatías y, por contraste, hace ver a North como un religioso fanático y
peligroso. Pero habría que hacer algunas observaciones a ambos autores que
despejen el camino y nos ayuden a ver con claridad el futuro de las religiones
en la sociedad:
1. A Gary North sólo se le puede
reconocer el esfuerzo de hacer que el mensaje bíblico tenga sentido para el
hombre moderno inmerso en las preocupaciones sociales. Sin embargo, North, al
ser heredero de la teología calvinista, falla precisamente en pretender
reinstaurar un régimen de terror como alguna vez lo fuera la Ginebra de Calvino,
que llegó a linchar a un hombre tan ilustre como Miguel Servet, tan sólo por el
hecho de tener una doctrina heterodoxa o contraria a la teología oficial.
2. Matellán Vara inhibe todo
participación social de las personas religiosas, y en particular de los
cristianos, como si la fe y la acción social fueran cosas que se excluyen
mutuamente, con lo cual pasa por alto que el progreso social y cultural ha sido
fruto directo de la acción de los cristianos en la historia, principalmente a
partir de la Reforma Protestante. Ciencia, justicia social, desarrollo
económico, abolición de la esclavitud, derechos de las minorías, socialismo y
más, son hitos que derivaron de los pensamientos y acciones de ideólogos
religiosos. Por lo cual no puede uno menos que preguntarse ¿cómo sería hoy el
mundo occidental si los cristianos hubieran seguido sometidos a un tipo de
pensamiento como el que propone el señor Matellán, de quietismo religioso, en
el cual los creyentes sólo se limiten a una adoración contemplativa o mística y
no tengan ninguna participación en la vida social de sus pueblos?
3. North y Matellán coinciden en una sola
cosa: en que atacan frontalmente la teología de la liberación social. El
primero porque cree que es incompatible el cristianismo con el socialismo, y el
segundo porque dice que Dios no llama ni ha llamado nunca a nadie a la
liberación social de sus pueblos. ¡Vaya! Dos teólogos, uno protestante y otro
católico, que parecen no haber leído nunca la Biblia, y si lo han hecho, ha
sido con unas gafas deformadas por el liberalismo burgués que ha empañado su
visión y les ha impedido descubrir a un Dios que a través de sus profetas
declaró que está en contra de toda injusticia humana, que define la verdadera
religión como misericordia hacia los desamparados, que anuncia un evangelio de
salvación para los sufrientes y que señala que la prioridad de los miembros del
reino de los cielos debe ser y será siempre la justicia. Y si alguien no lo ha
leído en la Biblia, aquí están algunos de sus textos que así lo enseñan: Isaías
1:16-26; Miqueas 6:6-8; Santiago 1:27; Lucas 4:18-19; Mateo 6:33.
Pero la consecución de la justicia nunca
debe ni podrá ser al alto costo de sacrificar el don más preciado que Dios nos
ha dado que es la libertad, libertad de pensamiento, de palabra y de acción. Ya
el célebre clérigo John Wesley, iniciador del movimiento metodista y precursor
de muchas causas sociales, lo expresó bien en su famosa frase: “pensamos y
dejamos pensar”. Creo que la actitud de los religiosos de cualquier credo, de cara
a la sociedad debe tomar en cuenta lo siguiente:
Primero, descubrir al Dios de la vida, la
justicia y el amor, que subyace en las enseñanzas de sus textos sagrados y de
sus fundadores. Lo cual significa hacer a un lado todas las interpretaciones y
deformaciones humanas que aun los autores de esos textos y doctrinas han dejado
plasmados en ellos.
Segundo, los creyentes religiosos pueden
aportar a la sociedad civil lo mejor de sus propias doctrinas, respetando las
diferentes propuestas de otras personas, creyentes o no, y buscando las
coincidencias ideológicas que permitan alcanzar objetivos comunes y una
sociedad mejor.
Y tercero, no es
posible ni deseable un ecumenismo por el cual todos los credos del mundo se
diluyan o devengan en una tiranía religiosa; pero sí es deseable y posible
transitar, como lo ha convocado el teólogo católico Hans Küng, hacia una ética
universal, pues, como bien dice este ilustre pensador: «No hay paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones.
No hay diálogo entre las religiones sin normas globales éticas. No hay
supervivencia de nuestro globo sin una ética global, sin una ética universal» (En busca de nuestras huellas, p. 23).
Sólo por este camino, el de la verdad y
la vida, transitaremos hacia una nueva humanidad.
ÁNGEL SANABRIA IBARRA
Septiembre 2012
Septiembre 2012
BIBLIOGRAFÍA:
Chilton, David. La Gran Tribulación. Texas: I.C.E., 1991.
George, Susan.
El pensamiento
secuestrado. Icaria Editorial, 2009.
Küng, Hans. En busca de nuestras huellas. México: Random House Mondadori, 2007.
Matellán Vara, Serafín. Convivir con los dioses. Madrid: Minerva Ediciones, 1998.
North, Gary. Heredarán la Tierra. Texas: I.E.C., 1987.
North, Gary.
La liberación
del planeta Tierra. Texas: I.E.C., 1987.
North, Gary. Entrega incondicional. Texas: I.E.C.,
1990.
North, Gary. La religión
revolucionaria de Marx. Texas: I.E.C., 1990.