sábado, 1 de septiembre de 2012

El inquisidor decapitado


La cara oscura de Tomás Moro

Esta obra del escritor español César Vidal es en extremo reveladora, es una novela histórica que aborda los últimos años de Sir Thomas More, o Tomás Moro, como se le conoce en castellano, un personaje que ha sido canonizado por la Iglesia Católica como un mártir y que en la devoción popular ha pasado a ser el “santo de los políticos”. Aunque Moro también es famoso en los medios académicos por haber escrito una singular obra llamada: “Utopía”, en la cual proyecta una ciudad ideal.

Tomás Moro (1478-1535) fue un canciller inglés y un devoto católico, bajo las órdenes del rey Enrique VIII. Fue contemporáneo de Erasmo de Rótterdam y Martín Lutero, siendo amigo del primero y enemigo acérrimo del segundo. En las biografías tradicionales se presenta a Moro como un defensor de la libertad de cultos y de palabra. Pero en esta novela César Vidal derrumba esa imagen al presentarnos un rostro desconocido de este personaje: el de un inquisidor implacable y cruel que persiguió a cuantas personas disentían de la Iglesia de Inglaterra, pues se sentía un adalid con la misión de exterminar la herejía del reino y preservar la fe católica.

Moro mandó a la hoguera, a la horca o a la decapitación a los sospechosos de compartir las doctrinas protestantes que se estaban extendiendo en el continente. Por sus calabozos pasaron clérigos, mercaderes, curtidores y hasta profesores de la universidad, a ninguno perdonó. Ordenó que se les aplicaran las más severas e inhumanas torturas, tales como que se les cortara el pene y se les introdujera en la boca, luego que se les abriera el vientre para sacarles los intestinos y cocerlos en un caldero para que percibieran su olor, para finalmente cortarles la cabeza.

En la novela se mencionan algunos personajes históricos, no ficticios, que sufrieron la tortura o la muerte por órdenes de Moro: Thomas Hitton, John Petyt, Thomas Bilney, George Constantine, Richard Bayfield, John Tewkesberry, Thomas Dusgate, James Bainham y John Frith.

Dicho de otra manera, Tomás Moro fue el gran inquisidor de Inglaterra durante los años en que fungió como canciller al servicio de Enrique VIII. Para justificar su posición, Moro escribió varios opúsculos: en Diálogo referente a las herejías, señaló que los herejes deben ser castigados por muerte en el fuego; en Súplica por las almas, amenazó con el purgatorio a todos aquellos que se opusieran a la Iglesia Romana; y en La apología del caballero Sir Tomás Moro, atacó la libertad de conciencia, con lo cual cae por tierra la reputación de “defensor del libre pensamiento” que se le adjudica.

Pero tal como le sucediera a Amán, un siniestro personaje del Antiguo Testamento que quería exterminar a los judíos de Persia, las cosas se voltearon contra Tomás Moro, la horca que él había preparado para seguir colgando “herejes” se alzó para ejecutarlo a él. Su historia tomó este infausto giro cuando, siendo aún canciller, se opuso al divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragón. En un principio Moro había apoyado al rey, aun sabiendo que éste quería casarse con Ana Bolena para engendrar el hijo varón que la reina no le había dado. Pero después Moro cambió su actitud hacia el monarca, al parecer movido por tres causas: la primera es que Enrique VIII estaba decidido a romper nexos con el Vaticano porque el Papa se oponía a la anulación de su matrimonio; la segunda, que Moro fue despojado de su autoridad para seguir linchando herejes; y la tercera que comenzó a prestar oídos a Elizabeth Barton, una monja visionaria que le profetizó al rey que sería castigado por Dios si se oponía al Papa.

En fin, una historia que es de sobra conocida, el caso es que Moro fue acusado de alta traición al rey de Inglaterra y fue confinado a la torre de Londres, de donde fue llevado directamente al patíbulo. Estaba condenado a sufrir las mismas torturas que él les había infligido a los disidentes que había procesado, pero por el aprecio que el rey aún le tenía, éste ordenó que la sentencia se le conmutara por la decapitación. Terminando así los días de un hombre que tuvo algunas ideas ilustres, pero que perdió la cabeza mucho antes de que la quitaran.

El inquisidor decapitado
César Vidal
Barcelona: Booket, 1999
121 págs.

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