Esta novelita de Geraldine McCaughrean
parece cándida e inocua en su presentación y temática, pero es una verdadera
bomba teológica, una de las críticas religiosas más fuertes e inteligentes que
he leído. La presentación de la contraportada la resume así:
«En los tiempos del Diluvio Universal un
hombre con su familia creen seguir los designios de Yahvéh al embarcarse en un
arca, dejando a su suerte a muchas personas que les piden ayuda para no perecer.
Pero su viaje a la salvación se convertirá en un infierno».
Y precisamente esta sinopsis fue la que
enganchó para adquirir y leer esta libro, pues aborda el famoso episodio
bíblico desde una perspectiva heterodoxa y alternativa, con lo cual la autora
ofrece un testimonio de cómo se leen estas historias sin las claves de la
hermenéutica religiosa tradicional, por no decir fundamentalista.
Ya de entrada, la novela sorprende al
lector porque la historia es contada por “Timna”, la hija de Noé (¿?), la cual
irá narrando las aventuras, o mejor dicho desventuras, de la familia a bordo
del arca: Noé, Naamá (esposa de Noé), Sem, Cam y Jafet, sus respectivas
esposas: Basmat, Sara y Zila, y dos niños que furtivamente logran embarcarse:
Kittim y la bebé Adalía.
En este periplo Dios no aparece por
ningún lado, el relato da la impresión de que ha abandonado a estos viajeros a
su propia suerte, aunque en cierta forma está representado en el personaje de
Noé. Éste es retratado como un religioso fanático, autoritario y cruel, que
raya en la demencia, el cual no se compadece un ápice por las desgracias de, ya
no digamos la humanidad que sucumbe, sino de sus propios vecinos que le piden
ayuda para subir al arca y ponerse a salvo. Sus hijos actúan como sus
sirvientes sumisos, y sus esposas son unas mujeres desgarbadas y quejumbrosas.
La única persona que tiene un mínimo de
sensibilidad es Timna, la cual hace todo lo posible para ayudar a náufragos que
se acercan al arca en busca de ayuda. El relato es sumamente acre al describir
las ocasiones en que algunos barcos se acercan al arca, Noé y sus tres hijos
los rechazan con golpes, palos y maldiciones, hasta mandarlos a la perdición
del océano. Pero en uno de esos encuentros Timna logra asir a un niño y un
bebé, a quienes pone a salvo escondidos entre las jaulas de los animales.
El preservar a los animales es otro de
los problemas que deben librar los tripulantes del arca, trabajo extenuante y
de locos, que los lleva a la desesperación. Timna hasta llega a preguntarse por
qué querría Dios salvar a unos feos monos en lugar de artesanos, poetas y gente
productiva de su ciudad.
El clímax de la novela se alcanza cuando
los hermanos de Timna descubren que ésta ha escondido a dos niños en el arca,
esto pone de cabeza a la tripulación y lleva a Timna a tomar una decisión
trascendental que la alejará para siempre de su familia, pero le permitirá a
ella y a “sus niños” comenzar una nueva vida, una nueva humanidad.
El tratamiento de esta historia no debe
incomodarnos ni escandalizarnos, pues hay que tomar en cuenta los atrevimientos
y las licencias literarias que un autor se toma para crear una obra de ficción,
aun cuando su tema sea tenido por sagrado e intocable. Y al ver precisamente
más allá de su aspecto formal, podemos descubrir su valor: Geraldine
McCaughrean lleva al extremo lo inapropiado (por decirlo de una manera decente)
que resulta una interpretación literalista de la Biblia, particularmente de sus
partes alegóricas. Una hermenéutica fundamentalista no hace honor al texto
sagrado ni mucho menos honor al Dios de la vida y el amor. La Biblia ha de
interpretarse a la luz de lo que es este Ser supremo y perfecto, y no definir a
este Ser a partir de una estrecha hermenéutica bíblica de un texto que de por
sí es polisémico.
El Diluvio Universal es justamente un
mito universal, pero no por ello falso, sino que en clave alegórica registra
que en un pasado remoto la humanidad sufrió cataclismos que diezmaron su
población y pusieron en peligro su
permanencia en este planeta. Pero en medio del caos brilló la esperanza, porque
el Creador levantó a “Noé”, nombre que significa: “consuelo”, puesto que
consoló al remanente humano, le permitió repoblar la tierra y seguir
perviviendo; dejando un hermoso emblema en los cielos: el arco iris, el cual
nos recuerda que Dios está con nosotros y que él es amor.
No es el
fin del mundo
Geraldine McCaughrean
México: Alfaguara, 2007
239 págs.
buenisima reseña
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