Tengo un sueño
Martin Luther King
(Pastor evangélico y defensor de los
derechos humanos, 1929-1968)
Hace cinco veintenas de años, un
gran norteamericano, ante cuya sobra simbólica nos cobijamos, firmó la
Proclamación de Emancipación.
Este trascendental Decreto
vino a ser una grandiosa luz en el faro de la esperanza, para miles de esclavos
negros devorados por las llamas de la injusticia.
Vino a ser como un alegre
amanecer en la prolongada noche del cautiverio.
Pero cien años después debemos
enfrentarnos a la trágica realidad de que el negro no es aún libre.
Cien años después, la vida del
negro está todavía maniatada por las esposas de la segregación y por las
cadenas de la discriminación.
Cien años después el negro
vive en la solitaria isla de la pobreza, en medio de un vasto océano de
prosperidad material.
Cien años después, el negro
aún languidece en los rincones de la sociedad norteamericana y se siente un
exiliado en su propia patria.
Por eso hemos venido aquí,
ahora, para dramatizar esta aterradora situación.
En cierto modo hemos venido a la capital de nuestra nación a tratar de cambiar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra República escribieron las magníficas palabras de la Declaración de Independencia, firmaron una letra de cambio de la cual todo norteamericano viene a ser heredero. Esta letra era la promesa de que a todos los hombres se les garantizaban los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la dicha.
Claramente se ve ahora que
Norteamérica no ha pagado esa letra de cambio, en cuanto a los ciudadanos de
color se refiere.
En lugar de hacer honor a esa
sagrada obligación norteamericana, le ha dado a los negros un cheque falso, un
cheque que ha sido anotado con la marca “fondos insuficientes”.
Pero nosotros nos rehusamos a
creer que el Banco de la Justicia esté en quiebra; nos rehusamos a creer que no
hay fondos suficientes en las grandes arcas de la posibilidad de esta nación.
Así, pues, hemos venido a
hacer efectivo ese cheque.
El cheque que ha de darnos a
su presentación, las riquezas de la Libertad, de la Seguridad, de la Justicia.
Hemos venido, también, a este
lugar consagrado, a recordarle a Norteamérica la apremiante urgencia actual.
No es este el momento de
aceptar el lujo del apaciguamiento o de tomar la tranquilizante droga de lo
gradual.
Este es el momento de hacer
reales las promesas de la democracia.
Este es el momento de levantarse del oscuro y desolado valle de la segregación y salir a la luminosa senda de la justicia.
Este es el momento de abrir
las puertas de la oportunidad a todos los hijos de Dios.
Este es el momento de sacar a
nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial a la firme roca
de la fraternidad.
Sería fatal para la nación que
pasara por alto la urgencia del momento y desestimara la resolución del negro.
Porque este ardiente verano
del legítimo descontento del negro no pasará hasta que no surja un vigorizante
otoño de Libertad e Igualdad.
1963 no es una meta, sino un
comienzo. Aquellos que creen que el negro sólo necesitaba un desahogo y ahora
está contento, tendrán un fuerte despertar si la nación vuelve a sus quehaceres
como de costumbre.
No habrá descanso ni
tranquilidad en Norteamérica hasta que se otorguen al negro todos los derechos
de ciudadano.
Los torbellinos de la revuelta
seguirán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que llegue el día
luminoso de la Justicia.
Pero hay algo que debo decir a
mi pueblo, que está ahora de pie sobre el acogedor umbral que conduce al
Palacio de la Justicia.
En el proceso de ganar nuestro
sitio legítimo en la sociedad jamás debemos ser actores de hechos bochornosos.
No tratemos de satisfacer
nuestra sed de libertad apurando el vino de la amargura y del odio. Debemos,
siempre, dirigir nuestro esfuerzo en el plano elevado de la dignidad y la
disciplina.
No debemos permitir que
nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos
elevarnos a las majestuosas alturas para oponer a la fuerza bruta, la fuerza
del alma.
La magnífica nueva militancia
que ha embebido a la comunidad negra no nos debe llevar a desconfiar de todos
los blancos, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como evidencia su
presencia aquí, han venido a hacer palpable que su destino está atado a nuestro
destino y su libertad está indisolublemente ligada a nuestra libertad.
No podemos ni debemos caminar
solos.
Y conforme vamos caminando
debemos hacer la promesa de que iremos adelante. No debemos volvernos. Hay
quienes preguntan a los adictos de los derechos civiles: “¿Hasta cuándo
estaréis satisfechos?” Nunca podemos estar satisfechos mientras el negro sea
víctima de indecibles horrores de la brutalidad policíaca.
Nunca estaremos satisfechos
mientras nuestros cuerpos, agotados por la fatiga del viaje, no puedan lograr
alojamiento en los hoteles de las carreteras y de las ciudades.
No podemos estar satisfechos mientras
la movilidad básica del negro se concrete a pasar de un pequeño “ghetto” a otro
más grande.
Nunca podemos estar
satisfechos mientras un negro no pueda votar en Mississippi. Y un negro de
Nueva York crea que no tiene por qué votar.
No, no estamos satisfechos y
no estaremos satisfechos hasta que la justicia se deslice como las aguas y la
rectitud hacia nosotros sea como una poderosa corriente.
No me olvido de que muchos de
ustedes han venido con grandes trabajos y tribulaciones. Algunos, recién salidos
de las estrechas mazmorras de las cárceles.
Otros habéis venido de
regiones en las que vuestro reclamo de libertad os ha dejado maltrechos por las
tempestades de la persecución y tambaleantes por los soplos de la brutalidad
policíaca.
Creedme: tenéis el honor de
ser veteranos del sufrimiento creador.
Seguid trabajando con la fe de
que el sufrimiento no merecido, redime.
Volved a Mississippi, volved a Alabama,
volved a Georgia, volved a Lousiana. Volved a los
barrios miserables y a los ghettos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que
esta situación puede ser cambiada. Y será cambiada.
No nos hundamos en el valle de
la desesperación.
Yo os digo este día, amigos
míos, que a pesar de las dificultades y frustraciones del momento, aún tengo un
sueño.
Es un sueño hondamente
enraizado en el sueño norteamericano.
Tengo un sueño de que un día
esta nación se levantará y vivirá conforme al verdadero significado de su
credo: “sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas…
Que todos los hombres han sido
creados iguales…”
Tengo el sueño de que un día
en las rojas colinas de Georgia los hijos de los antiguos esclavos y los hijos
de los antiguos dueños de esclavos se sentarán juntos a la mesa de la
fraternidad.
Tengo el sueño de que aún el
estado de Mississippi, un Estado desierto ardiendo con el fuego de la
injusticia y de la opresión, será transformado en un oasis de Libertad y de
Justicia.
Tengo un sueño de que mis
cuatro pequeños hijos, algún hermoso día, vivan en una nación en donde no sean
juzgados por el color de su piel, sino por la capacidad de su carácter.
Tengo un sueño ahora…
Tengo el sueño de que un día
el Estado de Alabama, en el cual los labios de su gobernador actualmente gotean
palabras de interposición y nulificación a nuestros derechos, sea transformado
en una tierra en la cual los niños negros y las niñas negras puedan unir sus
manos a las de los niños blancos y las niñas blancas, para caminar juntos como
hermanos y hermanas.
Tengo un sueño ahora…
Tengo el sueño de que un día
todo valle será elevado; en que cada colina y montaña será aplanada, los
espacios abruptos serán nivelados y los lugares tortuosos serán enderezados,
para que la gloria del Señor sea revelada y todo el género humano la contemple.
Esta es nuestra esperanza.
Esta es la fe con la que vuelvo al Sur. Con esta fe podemos transformar las
pendencieras discordias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de
fraternidad.
Con esta fe estaremos aptos
para trabajar unidos, batallar unidos, ir a prisión juntos, erguirnos juntos
por la Libertad, ¡sabiendo que algún día seremos libres!
Ese será el día en que todos
los hijos de Dios puedan cantar con un nuevo significado: “¡Mi patria: es a ti
dulce Patria de la Libertad, a quien canto! Tierra en la que murieron mis
padres. Tierra orgullosa de los 'Peregrinos', en todas las montañas resuena el
grito de la Libertad…”
Y si Norteamérica ha de ser
una gran nación, las frases anteriores han de convertirse en verdad.
Así, pues, dejad que el grito
de la Libertad resuene en todas las cumbres de Nueva Hampshire.
Dejad que el grito de la
Libertad resuene desde las imponentes montañas de Nueva York.
Dejad que el grito de la
Libertad resuene en los altísimos Allenghenies, de Pennsylvania.
Dejad que la Libertad resuene
en las nevadas Rocallosas, de Colorado.
Dejad que la Libertad resuene
en los encorvados picos de California.
Pero no sólo esto: dejad que
la Libertad resuene desde la “Stone Mountain”, de Georgia.
Dejad que la Libertad resuene
en cada colina y en cada montículo de Mississippi y que en toda ladera resuene
el grito de la Libertad.
Cuando dejemos que así sea,
cuando resuene en cada poblado y en cada aldea, en cada Estado y en cada
ciudad, cuando dejemos que resuene triunfal el grito de la Libertad, lograremos
apresurar el día en que todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y
gentiles, protestantes y católicos, puedan juntar sus manos amorosamente para
cantar las palabras de aquel viejo “spiritual” negro:
“¡Libre al fin…! ¡Gracias a
Dios Todopoderoso somos libres al fin…!
* * *
Discurso proclamado en 1963, en
Washington D.C., frente a 250 000 personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario