El contenido de la teología
James Cone
(Teólogo norteamericano, n. 1938)
1. La liberación como contenido de
la teología
La teología cristiana es teología de
la liberación. Es el estudio racional del
ser de Dios en el mundo, a la luz de la situación existencial de la comunidad
oprimida, relacionando las fuerzas de la liberación con la esencia del
evangelio, que es Jesucristo. Esto significa que la única razón de ser de
la teología está en traducir a lenguaje ordenado el significado de la acción de
Dios en el mundo, en términos que lleven a la comunidad de los oprimidos a
reconocer cómo su impulso interior hacia la liberación no sólo armoniza con el
evangelio, sino que es el evangelio
de Jesucristo. No puede haber teología cristiana, si no se identifica sin
reservas con los humildes y vilipendiados. De hecho, la teología deja de ser
teología del evangelio cuando no surge del seno de la comunidad de los
oprimidos. Porque es imposible hablar del Dios de la historia de Israel, que es
el Dios revelado en Jesucristo, sin reconocer que es un Dios de y para
los que sufren y están cargados.
Con lo que quedan en claro la
perspectiva y orientación del presente estudio. Al lector le asiste el derecho
de saber, desde el principio, lo que a nuestros ojos es importante. Tendremos que convalidar la presente
definición y los supuestos en que se basa, mediante la elaboración de una
teología, a la que habrá que juzgar en función de su consistencia con el
concepto de lo último importante que la comunidad se forja. De momento,
empecemos explorando algunas consideraciones preliminares de nuestra
definición.
La definición de la teología como
disciplina que trata de analizar la naturaleza de la fe cristiana a la luz de
los oprimidos, surge primordialmente de la propia tradición bíblica.
1. Aunque no resulte del todo claro
por qué Dios eligió a Israel para ser su pueblo, un punto es evidente: la
elección es inseparable del acontecimiento del Éxodo.
Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos… (Ex 19:4-5a).
Ciertamente esto significa, entre
otras cosas, que el llamamiento de Dios a su pueblo se relaciona con su condición
de oprimido y con la propia acción liberadora de Dios manifestada en el Éxodo.
¡Ya habéis visto lo que he hecho! Liberando al pueblo del cautiverio egipcio e
instaurando la alianza sobre la base de este acontecimiento histórico, Dios
revela que es Dios de los oprimidos, que está comprometido en su historia y que
los libera de las servidumbres humanas.
2. Las etapas ulteriores de la
historia de Israel nos muestran también que Dios se preocupa, de manera
particular, por los oprimidos dentro de la comunidad de Israel. El surgimiento
de la profecía en el Antiguo Testamento se debe, en primer término, a la falta
de justicia en el seno de la comunidad. Los profetas de Israel son profetas de
la justicia social y recuerdan al pueblo que Yavé es autor de la justicia. En
este contexto, importa destacar que la justicia de Dios no es una cualidad
abstracta del ser de Dios, como ocurre en la filosofía griega. Significa, en
cambio, el compromiso activo de Dios en la historia enderezando lo que los
hombres han torcido. En Israel, es tema constante de la profecía la
preocupación de Yavé por la falta de justicia social, económica y política
frente a quienes son pobres y desvalidos en la sociedad. Según la profecía
hebrea, Yavé no tolerará la injusticia frente al pobre; a través de su acción
los pobres se verán vindicados. Una vez más Dios se revela a sí mismo como Dios
de liberación para los oprimidos.
3. En el Nuevo Testamento, Jesús
reafirma el tema veterotestamentario de la liberación. El conflicto con Satanás
y las potencias, la condenación de los ricos, la insistencia en que el reino es
para los pobres y el cumplimiento del ministerio entre los mismos: todas estas
y otras características de la vida de Jesús muestran que su obra se dirigía a
los oprimidos con miras a su liberación. Sugerir que Cristo hablaba de una
liberación “espiritual“, implica no tomar en serio la visión de Jesús sobre el
hombre, visión que es cabalmente hebrea. Entrar en el reino de Dios vale lo
mismo que ser Jesús la lealtad última del hombre, porque Jesús es el reino. Y entender así la existencia humana en el mundo
conlleva implicaciones de largo alcance para las instituciones económicas,
políticas y sociales, las que en adelante no podrán reclamar el interés último
del hombre; el hombre ha sido liberado y, por tanto, es libre para rebelarse
contra todos los poderes que amenazan la vida del hombre en el reino. Y esto es
lo que tenía Jesús en mente cuando dijo:
El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4:18-19).
Si tenemos ante los ojos el énfasis
bíblico en la liberación, nos parece que resulta no sólo apropiado sino también
necesario definir la comunidad cristiana como la comunidad de los oprimidos que
se unen a Cristo en la lucha del Señor por la liberación de los hombres. Por
consiguiente, la tarea de la teología es explicitar la acción liberadora de
Dios en términos que hagan ver a quienes sufren bajo poderes esclavizantes cómo
las fuerzas de liberación son acción del propio Dios. Nunca la teología
cristiana se reducirá a mero estudio racional del ser de Dios. Será, en cambio,
estudio de la acción liberadora de Dios en el mundo, de su acción en favor de
los oprimidos.
Si la historia de Israel y la
descripción del Jesús histórico del Nuevo Testamento nos revelan que Dios es un
Dios identificado con Israel porque es una comunidad oprimida, la resurrección
del Señor significa que todos los pueblos oprimidos son en adelante pueblo de
Cristo. De aquí arranca la nota de universalidad que encierra el mensaje
evangélico. El acontecimiento de la resurrección expresa que la obra liberadora
de Dios beneficia no sólo a la casa de Israel sino a cuantos gimen bajo la
esclavitud de los poderes y principados. La resurrección nos trae la esperanza
en Dios. Y esta esperanza no es claramente la “esperanza” que promete una
recompensa en el cielo como solaz y recompensa de los dolores causados por la
injusticia en la tierra. Es, en cambio, la esperanza que se centra en el futuro
con el fin de que los hombres se nieguen a tolerar las iniquidades presentes.
Ver el futuro de Dios cual se revela en la resurrección de Cristo, es ver
también la contradicción de toda injusticia terrena con la existencia de
Cristo. Y por eso Camilo Torres estaba en lo cierto cuando describía la acción
revolucionaria como “una lucha cristiana y sacerdotal”.
La tarea, pues, de la teología cristiana
es analizar el significado de la esperanza en Dios en términos que enfervoricen
a la comunidad oprimida de una sociedad hasta determinarla a arriesgarlo todo
por la libertad terrena que la resurrección de Cristo ha hecho posible. El
lenguaje de la teología lanza un desafío a las estructuras de la sociedad
porque es inseparable de la comunidad sufriente. La teología nunca podrá ser
neutra ni dejar de tomar partido cuando está en el tapete la condición de los
oprimidos. Por esta razón nunca puede la teología perder el tiempo hablando de
Dios, sin tener ante la vista los elementos del vivir humano que amenazan la
existencia del hombre como persona. Diga lo que dijere acerca de Dios y el
mundo, la teología debe brotar de la única fuente que es la razón de su existir
como disciplina: ayudar a los oprimidos en su liberación. Su lenguaje deberá
ser siempre palabra de liberación humana que proclame el fin de las
servidumbres e interprete las dimensiones religiosas de la lucha
revolucionaria.
2. Liberación y teología negra
Por desgracia, la teología blanca
estadounidense no se ha comprometido en la lucha por la liberación negra.
Básicamente ha sido una teología del opresor blanco sancionando, desde la
religión,ue es el Dios de los
oprimidos, toma partido junto al pueblo negro. No permanece ciego al color en
la lucha de blancos y negros, y se ha identificado sin reservas con el pueblo
negro. Y esto implica que el movimiento por la liberación negra es obra del
mismo Dios, quien cumple su voluntad entre los hombres.
En tercer lugar, son ciertamente
muchos los que sufren y no todos son negros. A muchos liberales blancos les
encanta recordar a los militantes negros que las dos terceras partes de los
pobres de los Estados Unidos son blancos. Podríamos señalar lo que esto
implica: que la proporción de negros pobres es cinco veces mayor que la de
blancos pobres, si consideramos la población total de cada grupo. Pero no entra
en nuestro propósito polemizar con los liberales blancos sobre este punto, pues
a la teología negra no le interesa minimizar el sufrimiento de los demás,
aunque sean blancos. El único propósito de la ro en una sociedad racista blanca. La teología negra
surge de la necesidad que siente el hombre negro de liberarse a sí mismo del
opresor blanco. Es una teología de liberación que brota de la identificación
con los negros oprimidos de los Estados Unidos e intenta interpretar el
evangelio de Cristo a la luz de la condición negra. Cree que la liberación del
pueblo negro es la liberación de
Dios.
Por consiguiente, la tarea de la
teología negra consiste en analizar la naturaleza del evangelio de Jesucristo a
la luz del pueblo negro oprimido, con el propósito de que los negros miren al
evangelio como algo inseparable de su condición de humillados y que sobre ellos
derrama el poder necesario para quebrantar las cadenas de opresión. Lo que
denota que es una teología de la comunidad negra y para la comunidad negra, que
trata de interpretar las dimensiones religiosas de las fuerzas de liberación en
el seno de esa comunidad.
Dos son las razones por las que la
teología negra es teología cristiana y, al parecer, la única expresión de
teología cristiana en los Estados Unidos. La primera, que no puede haber
teología del evangelio si no surge del seno de una comunidad oprimida. Y esto
es así porque, en Cristo, Dios se revela a sí mismo como el Dios cuya justicia
está inseparablemente unida al débil y al desvalido en la sociedad humana. El
propósito que orienta a la teología negra es interpretar la acción de Dios en
cuanto Dios se relaciona con la comunidad de los negros oprimidos.
En segundo lugar, la teología negra
es teología cristiana porque se centra en Jesucristo. No hay teología cristiana
si no toma a Jesucristo como punto de partida. Aunque la teología negra afirme
la condición negra como dato primario con el que hay que contar, esto no
significa negar lo absoluto de la revelación de Dios en Jesucristo. Más bien
connota lo contrario. Y mientras la teología blanca tiende a hacer del acontecimiento de Cristo una idea intelectual
y abstracta, la teología negra cree que la comunidad negra es precisamente el
espacio donde todavía obra hoy Cristo. En los Estados Unidos del siglo veinte,
el acontecimiento crístico es un acontecimiento negro, un acontecimiento de
liberación que está ocurriendo en la comunidad negra, donde el negro descubre
que es incumbencia suya romper las cadenas de la opresión blanca por cuantos
medios estime conducentes. Esto es lo que la revelación de Dios significa para
blancos y negros en Estados Unidos y ésta es la verdadera razón, justa y cabal,
de que la teología negra sea la única viable en nuestro tiempo.
No faltará quien pregunte: «¿Por qué
una teología negra? ¿No es Dios acaso ciego a los colores? ¿Y no es verdad que
hay otros que sufren tanto, y en algunos casos, más que los negros?» Estas
preguntas manifiestan una incomprensión básica de la teología negra y, al
propio tiempo, una visión muy superficial del mundo en general. Por lo menos
tres puntos cabe destacar a este propósito.
Primero, en una situación
revolucionaria nunca se trata de pura y mera teología. Nos hallamos siempre
ante teología identificada con una comunidad determinada. Y lo estará con
quienes oprimen o con quienes son víctimas de la opresión. La teología de estos
últimos es auténtica teología cristiana; la de los primeros es teología del
Anticristo. En la medida, pues, en que la teología negra es teología que surge
de la identificación con la comunidad de los negros oprimidos y trata de
interpretar el evangelio de Jesucristo a la luz de la liberación de esa
comunidad, es teología cristiana. Y la teología blanca estadounidense es
teología del Anticristo, en la medida en que surge de la identificación con la
comunidad blanca derramando aprobación de Dios sobre la opresión blanca de la existencia
negra.
En segundo lugar, en una sociedad
racista, Dios nunca permanece ciego al color. Decir que Dios es ciego al color
equivale a decir que es ciego a la justicia y a la injusticia, a lo recto y a
lo torcido, al bien y al mal. En verdad, no es ésta la imagen de Dios que nos
transmiten el Antiguo y el Nuevo Testamento. Yavé toma partido. Por una parte,
lo hace frente a y por Israel contra los cananeos durante el establecimiento
del pueblo en Palestina. Por otra, en el seno de la comunidad israelita, toma
partido por los pobres contra los ricos y demás opresores políticos. En el
Nuevo Testamento, Jesús no es para todos,
sino para los oprimidos, los pobres y los desvalidos de la sociedad, y está
contra los opresores. El Dios de la tradición bíblica no es un Dios sin
compromiso o neutral ante los asuntos humanos; lo contrario es la verdad: Dios
es un Dios que se compromete, y bastante. Es un Dios que actúa en la historia
humana, que toma partido junto a los oprimidos de la tierra. Si Dios no se
comprometiera en los asuntos humanos, toda teología sería inútil y el propio
cristianismo se convertiría en una farsa, en pasatiempo hueco y sin sentido.
El significado que este mensaje
encierra para nuestro tiempo resulta, pues, obvio: Dios, porque es el Dios de los
oprimidos, toma partido junto al pueblo negro. No permanece ciego al color en
la lucha de blancos y negros, y se ha identificado sin reservas con el pueblo
negro. Y esto implica que el movimiento por la liberación negra es obra del
mismo Dios, quien cumple su voluntad entre los hombres.
En tercer lugar, son ciertamente muchos los que sufren y no todos son negros. A muchos liberales blancos les encanta recordar a los militantes negros que las dos terceras partes de los pobres de los Estados Unidos son blancos. Podríamos señalar lo que esto implica: que la proporción de negros pobres es cinco veces mayor que la de blancos pobres, si consideramos la población total de cada grupo. Pero no entra en nuestro propósito polemizar con los liberales blancos sobre este punto, pues a la teología negra no le interesa minimizar el sufrimiento de los demás, aunque sean blancos. El único propósito de la teología negra es discernir la acción del Santo de los Santos en los pasos con que cumple su propósito de liberar al hombre de las fuerzas de la opresión. Tenemos que llegar a una decisión en cuanto al lugar donde Dios actúa si de verdad queremos sumarnos a su lucha contra el mal. Pero, para esto no contamos con una guía acabada que nos permita discernir el movimiento de Dios en el mundo. Muy al contrario de lo que piensan muchos conservadores, la Biblia no brinda aquí un mapa. Es ella ciertamente un símbolo valioso para descubrir la revelación de Dios en Cristo, pero no un símbolo que se auto intérprete. Nos encontramos, pues, lanzados a una situación existencial de libertad y sobre nuestros hombros recae el peso del a decisión, sin garantías de una guía ética certificada. Tal es el riesgo de la fe. Para el teólogo negro, Dios actúa en la comunidad negra, vindicando al negro de la opresión blanca. Dios no puede permanecer indiferente en este punto. O está con el negro en su lucha por la liberación y contra los opresores blancos, o no está con el negro. Pero no puede estar con nosotros y con el opresor blanco al mismo tiempo.
En tercer lugar, son ciertamente muchos los que sufren y no todos son negros. A muchos liberales blancos les encanta recordar a los militantes negros que las dos terceras partes de los pobres de los Estados Unidos son blancos. Podríamos señalar lo que esto implica: que la proporción de negros pobres es cinco veces mayor que la de blancos pobres, si consideramos la población total de cada grupo. Pero no entra en nuestro propósito polemizar con los liberales blancos sobre este punto, pues a la teología negra no le interesa minimizar el sufrimiento de los demás, aunque sean blancos. El único propósito de la teología negra es discernir la acción del Santo de los Santos en los pasos con que cumple su propósito de liberar al hombre de las fuerzas de la opresión. Tenemos que llegar a una decisión en cuanto al lugar donde Dios actúa si de verdad queremos sumarnos a su lucha contra el mal. Pero, para esto no contamos con una guía acabada que nos permita discernir el movimiento de Dios en el mundo. Muy al contrario de lo que piensan muchos conservadores, la Biblia no brinda aquí un mapa. Es ella ciertamente un símbolo valioso para descubrir la revelación de Dios en Cristo, pero no un símbolo que se auto intérprete. Nos encontramos, pues, lanzados a una situación existencial de libertad y sobre nuestros hombros recae el peso del a decisión, sin garantías de una guía ética certificada. Tal es el riesgo de la fe. Para el teólogo negro, Dios actúa en la comunidad negra, vindicando al negro de la opresión blanca. Dios no puede permanecer indiferente en este punto. O está con el negro en su lucha por la liberación y contra los opresores blancos, o no está con el negro. Pero no puede estar con nosotros y con el opresor blanco al mismo tiempo.
A este propósito observemos que la
teología negra toma muy en serio la descripción que Paul Tillich traza de la
naturaleza simbólica del discurso teológico. El hombre no puede describir a
Dios directamente; tiene que recurrir a símbolos que apunten hacia aquellas
dimensiones de la realidad sobre las que no cabe hablar literalmente. Al
hablar, pues, de teología negra lo hacemos teniendo ante la vista la manera de
entender el símbolo que nos propone Tillich. El que el foco de la atención se
centre en la negritud no significa que solamente
los negros sufran y sean víctimas en una sociedad racista, sino que la negritud
es el símbolo ontológico y la realidad visible que mejor describe lo que la
opresión es en los Estados Unidos. El exterminio de los indios, la persecución
de los judíos, la opresión de los mexicanos estadounidenses y cuanta
inhumanidad se ha cometido en nombre de Dios y de la Patria, todas estas
brutalidades podemos analizarlas en términos de la incapacidad que los Estados
Unidos para reconocer la humanidad de los negros. Si los oprimidos de esta
tierra quieren levantar bandera contra el carácter opresivo de la sociedad
blanca, tendrán que empezar por afirmar su identidad en términos de la realidad
que es antiblanca. Por ello, la negritud se alza en nombre y en favor de todas
las víctimas de la opresión, las que descubren que su humanización está
indisolublemente unida a que el hombre se libere de la blancura.
Con la definición de la negritud que
hemos dado, resulta obvio que ella es el símbolo que más adecuadamente señala
las dimensiones de la acción de Dios en los Estados Unidos. Y mientras este
país busque hacer de lo blanco el poder dominante en el mundo entero, la
blancura será el símbolo del Anticristo. La blancura simboliza la acción de los
hombres descaminados, a quienes tanto preocupa la imagen que se forjan de sí
mismos que no perciben hasta qué punto son ellos lo malo para el mundo. La
teología negra intenta analizar la naturaleza satánica de la blancura y,
haciendo esto, prepara a todos los no blancos para la acción revolucionaria.
Notemos de paso que al blanco no le
asiste razón si intenta cuestionar la legitimidad de la teología negra.
Preguntas como: «¿De veras cree usted que la teología es negra?», o: ¿Qué
pensar de los demás que sufren?», son producto de mentes incapaces de
pensamiento negro. Y no nos sorprende que quienes rechazan la negritud de la
teología, sean por lo común blancos que no cuestionan el Cristo blanco de ojos
azules. No podemos admitir ni siquiera la posibilidad de que los blancos se
inquieten ante la teología negra so pretexto de que no se interesa por los
otros que sufren. Al opresor no le preocupa genuinamente ningún grupo oprimido. Parecería, más bien, que el rechazo blanco
de la teología negra brota de otra fuente; se dan cuenta de las implicaciones
revolucionarias que encierran letras tan simples: rechazo de la blancura,
negativa a vivir bajo el yugo de la misma, identificación de la blancura con el
mal y de la negritud con el bien.
3. Teología negra y comunidad negra
Casi todos los teólogos aceptan que
la teología es una disciplina eclesiástica, estos es, una disciplina que
funciona dentro de los límites de una comunidad cristiana. Este es uno de los
aspectos por los que la teología se distingue de la filosofía de la religión.
Esta no se circunscribe a una comunidad: es el intento individual de analizar
la naturaleza de la realidad última mediante el solo pensamiento racional,
echando mano para ello de elementos de diversas religiones.
Si aplicamos a nuestro caso esta
descripción, resulta evidente hasta qué punto la teología blanca estadounidense
ha servido a los opresores. A través de toda la historia del país, desde los
puritanos hasta los teólogos de la muerte de Dios, los problemas teológicos que
emanan de las Iglesias y escuelas de teología blancas se han definido en
términos que no guardan relación con el problema de ser negro en una sociedad
racista blanca. Pero, al definir los problemas cristianos con independencia de
la condición negra, la teología blanca se ha convertido en teología del opresor
blanco, y ha entrado a funcionar como dispensadora de sanción divina frente a
cuantos actos criminales se cometen contra el pueblo negro. Para analizar la
acción de Dios en los Estados Unidos de hoy, nunca un teólogo blanco ha
recurrido a la opresión del pueblo negro como punto de partida. Al parecer, los
teólogos blancos no ven vínculo alguno entre blancura y mal, y entre negritud y
Dios. Y los teólogos blancos, si algunos intentan
escribir libros sobre el pueblo negro, fracasan también ellos invariable y
lamentablemente en cuanto a decirle a la comunidad algo que sea en verdad
importante para su acucia por quebrantar el poder del racismo blanco. Por lo
general piensan dichos autores que basta escribir libros para estar calificado
como experto en humanidad negra. Y el resultado salta a los ojos vista: son tan
arrogantes como George Wallace y se creen con autoridad para enseñarle al
pueblo negro lo que es “mejor” para él. No nos sorprenda si lo “mejor” son
siempre las vías no violentas, las que menos amenazan los intereses políticos y
sociales de la mayoría blanca.
Puesto que la teología blanca ha
mantenido sin desmayos la integridad de la comunidad de los opresores,
concluyamos que esta teología no merece llamarse teología cristiana. Cuando
hablamos de Dios y de la manera en que se relaciona con el hombre en la lucha
de negros y blancos, sólo merece el nombre de teología cristiana la teología
negra, la teología que habla de Dios y de la manera de relacionarse Dios con la
liberación negra. Si aceptamos que el evangelio de Dios es la proclamación de
la acción liberadora de Dios; si la comunidad cristiana es la comunidad
oprimida que participa en esa acción, y si la teología es la disciplina que
nace en el seno de la comunidad cristiana cuando ésta intenta desarrollar un
lenguaje adecuado que traduzca su relación con la liberación de Dios: si esto
es verdad, la teología negra es teología cristiana.
Ni concebirse puede una mínima
capacidad en los opresores para identificarse con el ser y la existencia de los
oprimidos y para decir algo significativo sobre la liberación por Dios de los
oprimidos. Para ser cristiana, la teología blanca
debería dejar de ser blanca y transformarse en teología negra, renegando de la
blancura como forma adecuada del existir humano y afirmando la negritud como la
intención de Dios para la humanidad. Ni decir tengo lo difícil que les será
esto a los teólogos blancos; por lo que cabe esperar que no faltarán quienes
critiquen la teología negra precisamente en este punto. Tales críticas pondrán
de manifiesto no la debilidad de la teología negra, sino el carácter racista de
la crítica.
La teología negra no debe perder
mucho tiempo tratando de contestar las críticas, pues sólo ha de responder ante
la comunidad negra. Negándose a dejarse separar de esa comunidad, la teología
negra procura articular la autodeterminación teológica del pueblo negro
brindando a la revolución negra de los Estados Unidos algunas categorías éticas
y religiosas. Afirma que todo actuar que tienda a destruir el racismo blanco,
es cristiano y hazaña liberadora de Dios. Todo obrar que impida la lucha por la
autodeterminación negra –Poder Negro– es anticristiano y obra de Satanás.
La situación revolucionaria obliga a
la teología negra a dejar de lado todos los principios abstractos acerca de lo
“recto” o “equivocado” del curso por seguir. Sólo un principio guía el
pensamiento y el obrar de la teología negra: una entrega sin reservas a la
comunidad negra como comunidad que trata de definir la propia existencia a la
luz de la obra liberadora de Dios en el mundo. Y esto significa que la teología
negra se niega a dejarse guiar por ideas y conceptos ajenos al pueblo negro.
Acepta la nota de “irracional” con que los blancos motejarán el pensamiento negro.
Al no comprender la condición del oprimido, el opresor no está capacitado para
comprender los métodos que aquél emplea en la liberación. A los amos de
esclavos siempre les resulta incomprensible la lógica de la liberación. Desde
su posición de poder, el amo nunca entenderá lo que los esclavos denotan con la
palabra “dignidad”. La única dignidad que ellos reconocen es la de matar
esclavos, como si su humanidad de amos dependiese de la esclavitud de los
demás. A la teología negra no le interesa entrar en polémicas con quienes
mantienen esta perspectiva. Levantando su voz en nombre de la comunidad negra,
la teología negra dice con Eldridge Cleaver: «Tendremos nuestra humanidad. La
tendremos… o quedará la tierra reducida a escombros en nuestro intento de obtenerla».
* * *
Texto tomado de:
James Cone,
Teología Negra de la Liberación,
Buenos Aires: Ediciones Carlos Lohlé,
1973,
Cap. 1.
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