martes, 23 de octubre de 2012

Hacia una teología política


La tradición y el futuro

Harvey Cox
(Teólogo norteamericano, n. 1929)

Uno de los rasgos más atrayentes de la mentalidad de la segunda mitad del siglo XX es su preocupación por el futuro. La planificación, la predicación, la extrapolación y diversas formas de adivinanza computada electrónicamente han comenzado a proporcionar un nuevo cuadro de referencia para la política e incluso para la filosofía. El utopismo ya no es un pecado mortal; y llamar a alguien visionario no significa que pueda ser descartado sin una ulterior consideración […]

[…] Yo quiero suscitar algunas de las cuestiones filosóficas e incluso teológicas involucradas en este naciente modo de orientación al futuro. Mi tesis será que un esfuerzo serio por pensar sistemáticamente sobre el futuro y por mantener el futuro abierto para el hombre eventualmente estirará algunos de nuestros existentes cánones del pensamiento hasta el punto del estallido. Pero esta empresa también puede dar como resultado un valioso descubrimiento de ciertos elementos olvidados en la herencia bíblica. Demostrará ser beneficiosa, sin embargo, sólo si entramos en ella plenamente conscientes del colosal desafío que representa para muchas de nuestras formas aceptadas de pensamiento y sólo si nos percatamos de las raíces históricas de este esfuerzo actual para hacer del futuro más que del pasado la norma para la ética social y la teoría política.

[…] Hoy día tenemos la colosal tarea no de separar los motivos bíblicos de aditamentos culturales relativamente recientes, sino de separar el elemento constituyente hebreo del constituyente helenístico en toda la tradición cristiana occidental. Esta no es una síntesis reciente, sino que se remonta a los primeros siglos del cristianismo […] Esta síntesis del profetismo hebreo con la filosofía griega posterior fue difundida por todo el mundo antiguo y transmitida al mundo medieval por el cristianismo. Proporcionó las formas de pensamiento con las cuales ha procedido la tradición moral de occidente por casi dos milenios. Ocasionalmente uno u otro de los componentes recibirá un énfasis mayor: el griego durante el renacimiento, el hebreo durante la Reforma, nuevamente el griego en la Ilustración, el hebreo en el Marxismo […]

¿Por qué está ahora en tela de juicio esta venerable tradición teológica? La respuesta más simple es que todo sistema de símbolos se hace infuncional cuando ya no proporciona un adecuado horizonte de percepción, pensamiento y acción. En una sociedad relativamente estable, en que la tarea principal del filósofo moral era relacionar el pasado con el presente, la síntesis hebreo-helenística era viable. Ahora, sin embargo, nuestra fascinación por el futuro, nuestra permanente mentalidad de crisis y nuestra profunda consciencia del cambio luchan contra el componente helenístico de esta tradición; la síntesis se hace cada vez más imposible de sostener […] Nuestra tarea es sacar sentido al futuro, desarrollar hacia él una actitud que sea apropiada a su carácter. Los griegos, sin embargo, no tenían futuro; para los hebreos el futuro lo era todo […]

Es importante aquí clarificar la diferencia entre las concepciones griega y hebrea del futuro. En un sentido real los griegos no creían en un futuro histórico. El concepto básico para ellos era “el ser”, y el ser estaba caracterizado por una naturaleza eternamente inmutable. Las ideas de Platón son inmortales e invariables. Los hombres nacen, luchan y mueren, mas lo que parece ser mutación en realidad sólo equivale a aproximaciones pasajeras de la repetición eterna o interminable de ciclos dentro de un horizonte del ser ahistórico […] A pesar de todo su poder y sublimidad, la idea del eterno retorno excluye la posibilidad de un auténtico futuro histórico.

Para los hebreos, por otra parte, el mundo mismo era historia. La palabra de Dios al hombre, su dabar, era una promesa que le dirigía a un futuro en que la promesa se cumpliría. Era una promesa de tierra propia, de restauración nacional, de una nueva era. Estas promesas quedaban constantemente frustradas y los hombres desilusionados. Pero Dios siempre prometía otra cosa, y el futuro quedaba abierto. La comunidad del pacto estaba compuesta de esas personas a quienes se había hecho la promesa y las que serían incluidas en su cumplimiento. La expresión suprema de esta religión de promesa era la esperanza de una era mesiánica universal en que sería abolida toda enemistad y las naciones estarían unidas en paz y justicia.

Este palpitante sentido hebreo de la expectación futura no fue sofocado por el advenimiento del cristianismo. Es verdad que la iglesia primitiva predicaba que en Jesús de Nazaret había llegado el mesías por tanto tiempo esperado. Pero también proclamaba que su Reino de paz y justicia, aunque inaugurado, todavía tenía que culminar. En cierto sentido el mesías crucificado todavía estaba vivo y volvería a aparecer para hacer plenamente visible un reino que ahora estaba oculto e inacabado. Así, el cristianismo primitivo también estaba sumamente orientado hacia el futuro. Mas esta actitud abierta y expectante hacia el futuro en el cristianismo primitivo fue entibiada por dos influencias: el apocalipticismo dualista, y la teleología griega.

La religión hebrea había llegado a una especie de callejón sin salida en su escatología poco antes del comienzo de la era cristiana. Algunos rabinos enseñaban que la era mesiánica vendría sobre la tierra y en la historia. Otros, influidos por motivos persas, creían que vendría sólo en un relampagueante final de la actual era histórica. El cristianismo heredó de Israel ambas tradiciones escatológicas y nunca las combinó con un éxito completo. A veces el Nuevo Testamento parece decir que el venidero Reino de Dios transformará y renovará esta tierra. Otras veces esta tierra parece ser tragada en llamas mientras aparece un mundo totalmente nuevo y prístino. La doctrina ortodoxa de la Trinidad, que enseñaba que el Dios que había creado el mundo y el Dios que lo estaba renovando eran uno solo y el mismo Dios, contrarrestaba una escatología puramente negativa, antimundana. Y lo mismo hizo la decisión de las iglesias primitivas de retener las escrituras hebreas, con su bramante mundanidad, como un elemento integral de la Biblia. De esta manera la teología cristiana escapó a la tentación de convertirse en otro culto apocalíptico, negando el mundo.

Mas tan pronto como el cristianismo hubo ganado esta batalla fue confrontado por una nueva crisis de la cual todavía no se ha recuperado suficientemente. Cuando se trasladó de Palestina a la cultura helenística del mundo mediterráneo, tuvo que adaptarse al predominante sistema de pensamiento de su tiempo o ser descartado como otra secta judía provinciana. Los teólogos cristianos realizaron esta tarea abrazando la filosofía helenística, incluyendo una concepción teleológica de la historia. La resultante mezcolanza del helenismo posterior y del hebraísmo proporcionó la base intelectual para toda la historia de Occidente. Dios se convirtió en el ente, el ser en sí mismo, y sus atributos fueron la inmutabilidad, la aseidad y la eternidad.

Así, pues, hemos heredado del cristianismo tres formas diferentes, incluso contradictorias, de percibir el futuro. La apocalíptica, que se deriva del antiguo dualismo del Próximo Oriente, prevé una catástrofe inminente, produce una evaluación negativa de este mundo, y a menudo cree en una élite que será arrancada del infierno mientras que todo lo demás se disuelve. La teleológica, derivada principalmente de los griegos pero adaptada por el cristianismo, ve el futuro como el desenvolvimiento de un designio inherente en el universo mismo o en su materia primigenia, el desarrollo del mundo hacia una meta fija. El modo profético es la noción característicamente hebrea del futuro como el campo abierto de la esperanza y la responsabilidad humanas. Los profetas israelitas no “predijeron el futuro”, como afirman muchas concepciones erróneas populares. Recordaron la promesa de Jehová como una forma de llamar a los israelitas a la acción moral en el presente.

Muchos de los valores incuestionables de Occidente hoy día no son más que formas secularizadas de los valores judeo-cristianos. Igualmente también nuestras formas de percibir el futuro tienden a ser formas secularizadas de los tres componentes escatológicos de la tradición religiosa occidental. Cada una de las tres perspectivas sobre el futuro -la apocalíptica, la teleológica y la profética- tienen su correspondiente expresión secular moderna; y cada una de ellas posee su característico estilo político. Mi tesis es que ni la perspectiva apocalíptica ni la teleológica en sus formas contemporáneas proporcionan una perspectiva adecuada para la política del futuro. Sólo una recuperación de la perspectiva profética proporcionará el ethos que se requiere para la ética política que necesitamos hoy día.

a) La perspectiva apocalíptica. “Apocalipsis” es una palabra griega que significa revelación, descorrer un velo, y normalmente se refiere a la literatura religiosa que predice el inminente colapso cataclísmico del orden del mundo actual y el advenimiento de una nueva era […] Existen importantes diferencias entre la literatura apocalíptica y la profética. La imaginería apocalíptica brota principalmente de las influencias religiosas iraníes con su compleja angelología, su fantástica demonología, y un dualismo inflexible que separa por un abismo la luz de las tinieblas, esta era y la venidera. Aunque esta influencia predomina en el material, éste fue excluido del canon judío y ahora está clasificado entre los pseudoepígrafes (escritos falsos). El libro más apocalíptico que permanece en el canon es el de Daniel.

La razón por la cual el espíritu profético generalmente excluye los motivos apocalípticos es que el apocalipsis crea un talante de negación del mundo, un fatalismo, una retirada de los quehaceres terrenales, y a veces incluso un virulento antimundanismo. La visión apocalíptica designa con frecuencia una selección de los elegidos que serán salvados de la ruina catastrófica del mundo en el inminente holocausto, y por consiguiente se convierte en la ideología de diversos tipos de elitismos.

El apocalipticismo y la política son inherentemente incompatibles. La política requiere una meta, una capacidad para medir y evaluar los medios  asequibles para alcanzarla, y cierta confianza en que la historia proporcionará un campo de acción razonablemente estable en el que corramos hasta alcanzar la meta. El apocalipticismo niega todas estas cosas. No vale la pena buscar ninguna meta terrenal porque todas son igualmente corruptas e ilusorias. No podemos pensar racionalmente sobre los medios, puesto que la vida está determinada por poderes irracionales y fuerzas malévolas. La acción racional es inútil porque los poderes fuera de la historia y más allá del control humano rápidamente llevarán toda la cosa a un desenlace en llamas.

El apocalipticismo opera allí donde las personas deciden simplemente excluir el proceso político y buscar la salvación personal o esperar el diluvio. Pueden seguir interesados en la política, pero sólo para lanzar contra ella las invectivas de total corrupción, artificialidad e inutilidad.

b) La perspectiva teleológica. “Teleología” proviene de dos palabras griegas que aluden al fin u objetivo (telos) y significado (logos). Es esa visión de cualquier serie de acontecimientos que la explica en términos de un fin o una meta. Aristóteles dijo que toda la naturaleza refleja los objetivos de una causa final inmanente. Los primeros cristianos adoptaron esta concepción aristotélica y no sólo identificaron al primer motor con Dios, sino que hicieron del “argumento teleológico” una de las pruebas clásicas de la existencia de Dios.

La teleología secularizada moderna adopta numerosas formas. Puede aplicarse a la historia y ver al hombre escalando desde la cueva hasta el rascacielos como un proceso cuyo ímpetu total excede a la suma de sus partes. Puede basarse en la biología […] y apuntar hacia una Gran Inteligencia que se dirige hacia formas de vida todavía impensadas […] El hombre se experimenta a sí mismo como una criatura con un designio.

La debilidad del pensar teleológico es que pone un énfasis desmesurado en el arché, el principio. El telos es realmente desarrollo supremo del arché. Todo el roble está ya germinalmente en la bellota y ésta no tiene otra cosa que hacer sino desarrollarse y crecer. La teleología proyecta en la historia, que debería ser el reino de la libertad y la responsabilidad radicales, una forma de pensar derivada de la naturaleza, que es el reino del desarrollo y la necesidad. Si la antipolítica nihilista es el apocalipticismo secular, entonces la teleología es la religión de la naturaleza del hombre secular moderno […] Pero tiene las mismas desventajas. Obnubila el carácter especial del hombre como criatura histórica, como un animal con memoria y esperanza, que sabe que si destruye su mundo ya no puede culpar a las fuerzas que están fuera de su control.

c) La profecía. La fe israelita siempre había sido “promisoria” —basada en una promesa sobre el futuro— más que “epifánica” —basada en la revelación de una condición eterna— […] Por muchas razones la profecía con frecuencia ha sido erróneamente confundida con la predicción del futuro o la adivinación. Nada podría estar más lejos de la verdad. Los profetas hebreos, a decir verdad, a menudo emplearon los artilugios retóricos de su tiempo, incluyendo la previsión del futuro, en sus declaraciones. Mas su objeto era completamente distinto, como lo era también su concepción de la historia. La única razón por la que hablaron del futuro fue para que las personas cambiaran su presente comportamiento. Lo hicieron porque creían que el futuro no estaba previamente determinado, sino que podía ser alterado […] Las escrituras judías establecen una cuidadosa distinción entre los roeh (videntes) y los nabí (profetas). Un auténtico vidente, como Tieresias en la tragedia Edipo Rey de Sófocles, puede predecir sólo porque los dioses han determinado ya el futuro de cada uno de los hombres. El vidente no habla para alcanzar el arrepentimiento y un nuevo curso de acción, como hacían los profetas, sino para avisar a alguien de que su forcejeo por evadir la decisión del destino es fútil.

Los profetas hablan del futuro en términos de lo que Jehová hará a no ser que su pueblo cambie sus caminos. Jehová es libre de cambiar de parecer. El futuro no está previamente determinado. Lo único cierto es que Jehová, que ha prometido perseverar con su pueblo, no lo abandonará. No deberíamos permitir que ni la forma literaria de la profecía ni sus abusos por parte del fundamentalismo cristiano como pruebas espurias del mensaje cristiano nos desviaran de su principal impacto: concebir la historia como la esfera de la responsabilidad humana por el futuro.

¿Existe hoy un ethos moral que exprese el profetismo de la misma manera que vimos el apocalipticismo y la teleología en otro tiempo? Creo que sí. En contraste con el talante apocalíptico, el profético deposita su confianza en el valor de la acción moral y política […] La mentalidad profética rechaza la noción apocalíptica de que es éste o aquel el grupo electo que puede escapar del colapso cósmico o está destinado a reinar sobre todos nosotros. Concibe a todos los pueblos inextricablemente enmarañados en el futuro del mundo.

La visión profética considera al futuro con sus múltiples posibilidades deshaciendo el nudo del pasado, del comienzo. En contraste con la mayoría de las formas de la teleología, la profecía define al hombre como histórico más que como natural. Sin negar su parentesco con las bestias, insiste en que su libertad de esperar y recordar, su capacidad para asumir la responsabilidad por el futuro, no es un accidente sino que define su misma naturaleza […] Escribimos y volvemos a escribir el pasado, lo traemos a la memoria, porque tenemos una misión para el futuro. Los profetas israelitas traían el pasado a la memoria no para adivinar sino para recordar a las personas que el Dios del pacto todavía esperaba de ellos las cosas en el futuro.

El espíritu profético puede utilizar la imaginería tanto apocalíptica como teleológica en tanto no sea absorbido por ellas. Puede emplearla mientras no quede oscurecido el hecho básico de la responsabilidad humana por el futuro. El cristianismo no siempre ha conseguido mantener esta dimensión profética. En sus mejores momentos, sin embargo, la teología cristiana hace inequívocamente universal una esperanza por el futuro de la que a menudo los no judíos se sentían excluidos. El autor de la Epístola a los Efesios recuerda a aquellos primitivos cristianos que antes de la venida de Jesús habían estado “…alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2:12). Lo que hace Jesús de Nazaret no es revocar la visión israelita del futuro sino invitar a todos a participar en ella.

¿Cuáles serán los contornos de una política cuya perspectiva esté determinada por una orientación profética hacia el futuro? […] La profecía insiste en que el futuro será forjado no por invisibles fuerzas malévolas o por irresistibles tendencias inherentes, sino por lo que los hombres decidan hacer. Mas esta insistencia en la apertura radical del futuro jamás es proclamada en general. Está implícita en una demanda profética de acción moral en vista de este o aquel problema político concreto. Así, pues, una política inspirada por la profecía […] no estará pertrechada con directrices específicas sino más bien con lo que podríamos denominar más exactamente una perspectiva moral.

Mas la profecía también surge del supuesto más básico de que, si bien el hombre puede forjar el futuro, nunca puede llevar la historia a un final y de esta forma excluir el riesgo del cielo y del infierno. Las vigorosas orientaciones hacia el futuro de muchos pensadores decimonónicos fueron frustradas por su errónea creencia de que después de otra oleada más, la historia terminaría y el hombre triunfaría de una vez para siempre. Comte pensaba que el advenimiento de la era positiva haría esto; Marx vio en la sociedad sin clases un fin al movimiento generado por el conflicto de clases. Incluso los historiadores científicos del siglo XIX a veces pensaban que el hombre finalmente sería liberado de la historia estudiándola. Cada uno fue culpable, a su manera, de un tipo de falso mesianismo. Para la profecía, como los judíos casi han conseguido enseñarnos, el Mesías es siempre “el que vendrá”. El hombre no es Dios. Puesto que no puede abolir su propia libertad, non puede poner término a la historia. Por consiguiente toda su política debe estar inspirada por una audaz provisionalidad. La perspectiva profética nos libra de tener que construir para la eternidad o resolver las cosas de una vez para siempre.

Mas esta apertura incondicional hacia el futuro también permite a la profecía escapar de la parálisis de las decisiones y políticas pasadas. La llamada profética siempre requiere arrepentimiento, el reconocimiento franco de que uno ha cometido errores, pero ahora optará de forma diferente. La política no tiene por qué estar empapelada con pretensiones espurias de que no es más que la extensión de decisiones tomadas en el pasado. El hombre no sólo es capaz de innovación: la perspectiva profética requiere renovación incesante y la continua revaloración de políticas pasadas, porque el mañana no será simplemente un desenvolvimiento de las tendencias de ayer. Incluirá aspectos de novedad sin precedentes.

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Tomado y adaptado de:
Harvey G. Cox,
No lo dejéis a la serpiente,
Barcelona: Editorial Península, 1969.

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