Lo horizontal y lo
vertical:
Planteamientos en el Antiguo
Testamento
Luis Alonso Schökel
(Teólogo español, 1920-1998)
1. La cuestión
Cuando hablamos de lo
vertical y lo horizontal en contexto teológico, estamos usando un símbolo
espacial para formular un sistema de relaciones del hombre con Dios y con otros
hombres. El símbolo imagina un Dios entronizado en lo alto, trascendente hacia
arriba, y una humanidad nivelada sobre la superficie terrestre. El símbolo es
perfectamente bíblico.
Con estos dos términos
plantean teólogos o pastoralistas una cuestión de importancia práctica, ya que
se preguntan sobre una relación de relaciones que puede gobernar la vida del
individuo y de las comunidades creyentes.
Ante todo, cualquier
planteamiento que conjuga ambos elementos, confiesa la trascendencia radical
del hombre: todo hombre se abre radicalmente al Dios que lo trasciende, todos
los hombres son trascendidos por el Dios único. Es la “altura” trascendente de
Dios la que nivela a todos los hombres. En el Salmo 123 al desnivel humano
producido por el orgullo y la arrogancia de unos se opone el desnivel de un
Dios, amo misericordioso, ante el cual desaparecen las diferencias humanas
artificiales.
En el planteamiento
indicado queda implicado otro principio: la trascendencia hacia afuera, que es
“el otro” como persona autónoma, recibe su última, quizá su única,
justificación en la trascendencia de un Dios común y superior a todos. Si el
hombre no está radicalmente referido al Dios trascendente, no se aprecia por
qué el otro hombre deba ser respetado más que un animal cualquiera. Si la
justificación no es única, al menos es la última.
Las relaciones entre lo
vertical y lo horizontal se han planteado en los últimos decenios más en
términos de acción y conciencia que en términos ontológicos. Creyentes en un
Dios único trascendente pueden preguntarse:
¿Es necesario tener
conciencia de la relación vertical para una vida realmente humana y para una
salvación definitiva?
El que conoce y reconoce
dicha relación ¿tiene que añadir cada vez un acto consciente refiriendo el
prójimo a Dios?
¿Hay que concentrarse
primariamente o exclusivamente en lo horizontal, dado que ello implica aun
tácitamente lo vertical?
¿Es posible una relación
vertical auténtica que ignore o prescinda de la relación horizontal correcta?
Para formular la armonía
de ambas relaciones se podrían emplear diversas categorías teológicas: p. e.,
lo vertical como razón formal de lo
horizontal, lo vertical implicado en
lo horizontal, lo horizontal presupuesto
de lo vertical.
Mi intención en estas
páginas es ver cómo se plantea y resuelve la cuestión en el Antiguo Testamento,
no en un tratado sistemático y completo, sino apuntando algunas pistas bíblicas
que otros podrán o deberán recorrer.
Es patente que el
Antiguo Testamento se ocupa de las relaciones de los israelitas con su Dios,
entre sí y con otros pueblos. Pero no se trata de eso; lo que buscamos son
casos en que de modo poético o tematizado se plantee y resuelva la relación
enunciada.
Propongo cuatro pistas
que me parecen significativas y prometedoras. Las pistas son:
1. Confluencia del amor
de Dios y del prójimo.
2. Tensión entre culto y
justicia en liturgias penitenciales.
3. Dios se da por
ofendido cuando el hombre ofende al prójimo. Redención como acto de
solidaridad.
4. Intercesión y
solidaridad del mediador.
Habiendo escrito
comentarios a los pasajes seleccionados, me puedo ahorrar aquí el estudio
analítico, concentrando la atención en lo que tiene cada caso de indicador de
una pista.
2. Amor de Dios en el
prójimo
El primer texto se lee
en Is 1:21-26 (que no cito aquí, pensando que el lector lo conoce o lo leerá).
Los límites del poema están bien definidos por la inclusión que encierra un
tema único, desarrollado con claridad. El poema está elaborado a partir del
símbolo frecuente de la capital como matrona, personificación del pueblo y
esposa del Señor, a quien debe fidelidad exclusiva. Esta fidelidad conyugal era
un día su gloria y será un día su título, como muestra el juego de la
repetición qryh n’mnh al principio y
al fin del poema. El símbolo común de la matrona se especifica aquí en la
función rectora de la capital, sede de las autoridades que gobiernan y juzgan
al pueblo.
¿En qué consiste la
infidelidad, el adulterio de Jerusalén? Leyendo la palabra zona con nuestra mentalidad rigurosa, respondemos sin mucho pensar
que la infidelidad es la idolatría, pecado contra el primer mandamiento.
Un autor del siglo XVI,
Diego Álvarez (1599), distingue en el texto cuatro pecados de la ciudad: el
primero es la “fornicación espiritual” o idolatría, el segundo es la injusticia
con los débiles, etc. Sánchez distingue, fiel al gusto escolástico de la época;
Sánchez enumera como si quisiera agravar la culpa acumulando los pecados. Pero
pierde concentración y no hace justicia al texto. Un autor del siglo XX,
Wildberger (1972), hace justicia al texto, al indicar que la fornicación de
Jerusalén consiste en la deslealtad y la vanalidad de los habitantes. Si
hubiera colocado en primer plano, como hace el texto, la antítesis
fiel/adúltera, la conclusión habría sonado más enérgica. En mi comentario
(1980) yo lo formulo así: «Ser conyugalmente, amorosamente, fiel al Señor
consiste en administrar y garantizar la justicia ciudadana».
En el breve poema de
Isaías encontramos la intersección o convergencia de lo vertical y lo
horizontal en un símbolo intensamente emotivo. Teóricamente ser infiel a los
hombres no es ser infiel a Dios. Teológicamente para Isaías lo es. La práctica
de la injusticia es adulterio, infidelidad a Dios. Alguno podría ensayar otra
explicación dando un rodeo por el mandato: la justicia está mandad en la ley,
el que quebranta la ley desobedece a Dios, el que le desobedece le falta a la
lealtad. Pero el razonamiento valdría igualmente, p. e., para el precepto de
cortar ramas de palma y de sauce (Lv 23:40), lo cual no responde a la
predicación de Isaías. Además no se puede decir sin más que el símbolo
matrimonial sea derivación secundaria del símbolo de la alianza de vasallo con
soberano.
En una elaboración
conceptual hablaríamos quizá de razón formal: el objeto material es la
administración de la justicia como deber de los jefes, el motivo formal es la
fidelidad debida a Dios. El texto es anterior a esa precisión conceptual y por
ello conserva su intensidad pasional y su urgencia humana. Para Isaías no hay
oposición ni distinción práctica entre lo vertical y lo horizontal. Eso sí, el
amor al prójimo realizado en la justicia alcanza una seriedad extrema, pues en
él se juega el amor más profundo o incluyente debido a Dios.
3. Paradoja poética e
interpretación pietista
El segundo texto también
es de Isaías: es la famosa canción de la viña que leemos en Is 5:1-7. Un poema
de amor en imagen de canto de trabajo, cantado por un amigo en nombre del
amante ofendido. El poeta, repitiendo el verbo c‘sh = hacer, insiste en la correspondencia del amor: el amante ha
hecho todo lo que estaba en su mano para ganarse los frutos del amor; y ha
fracasado por culpa de ella. Ahora decide tomar venganza de ella y nombra al
público jurado en la causa. Del amor que corteja pasa al pleito que busca el
castigo.
¿Y qué frutos deberían
corresponder a las finezas del amante? Uno esperaría la mención de un amor
entregado y fiel al que tanto hizo por ganarse el amor. No razona así el poema,
antes sorprende con una paradoja. En términos modernos y subrayando la paradoja
diríamos: a cambio de su amor extremado, el amante esperaba que la amada amase
a un tercero. ¿Absurdo? –En la paradoja reside la fuerza del poema. Responder
al amor de Dios como Dios espera consiste para el pueblo en practicar la
justicia ciudadana.
El texto es explícito,
sin lugar a dudas: esperaba justicia y derecho. Lo cual nos permite sorprender
en vivo el mecanismo de la interpretación pietista, aquí y en otros pasajes.
Comenta Fohrer sobre el verso final: «la perpetua rebeldía del hombre contra
Dios». Cosa que no se encuentra en el texto y que lo desvirtúa. El texto habla
de «derramamiento de sangre y reclamaciones de los oprimidos», es decir, de una
situación de grave injusticia que se podría ilustrar con el capítulo 22 de
Ezequiel o con el Salmo 55. Sustituir la injusticia por la rebelión contra Dios
es interpretar en clave pietista, quitándole al texto su exigencia. Iba a decir
su “exigencia ética”, pero renuncio, porque el adjetivo no manifestaría la
convergencia de lo vertical con lo horizontal. Practicar la justicia es pagar
el amor de Dios; practicar la injusticia es desairar gravemente los trabajos de
amor de Dios por su pueblo. Isaías nos da un extraño ejemplo de “quejas de amor
mal pagado”.
Es curioso cómo los comentadores
pasan por alto la gran paradoja del texto. En conferencias a públicos no
especializados he hecho alguna vez la prueba de lanzar el desafío a los
oyentes: «¿en qué está la paradoja, lo inesperado e ilógico del poema?»
(haciendo a mi público juez como hizo Isaías con el suyo); recuerdo que una vez
una mujer ciega me dio la respuesta correcta.
4. Culto y justicia
En el “Índice de temas
teológicos” de nuestro comentario a los Profetas se recogen cinco pasajes
principales: Is 1:10-20; 58; Jer 7; Miq 6:6-9; Zc 7:1-14. A estos textos hay
que añadir el Salmo 50 y el amplio desarrollo de Eclo 34:18-35:22, y otra serie
de textos breves proféticos y sapienciales. La lista muestra que es tema
recurrente en diversos cuerpos bíblicos: la convergencia de testimonios prueban
con su abundancia.
En los casos más claros,
como Sal 50 ó Is 1:10-20, se trata de un “juicio contradictorio” o bilateral de
Dios con su pueblo. Dios acusa a su pueblo y rechaza un culto acompañado de
injusticias; más aún si las ofertas provienen de adquisiciones injustas o
extorsiones. «No aguanto reuniones y crímenes», dice enérgicamente Is 1:13. El
culto en tales condiciones es una farsa, es un anticulto, es intento de soborno
de Dios: «No lo sobornes, porque no lo acepta, no confíes en sacrificios
injustos», dice Eclo 35:14.
También esta enseñanza
se puede desvirtuar, si no por la concepción pietista, sí por prejuicio
anticúltico. Hubo una época en que los exégetas partían del reclazo del culto y
encontraban su opinión en los profetas; los presentaban como enemigos del culto
y predicadores de la ética. Este tipo de exégesis ya pasó, incluso ha habido
una etapa que ha querido presentar a algunos profetas como agentes del culto.
El principio “culto-culto, no; justicia, sí” puede citar en su favor algunos
versos sueltos, pero no hace justicia a los más importantes.
Otra manera bastante
común de desvirtuar el sentido consiste en oponer culto sincero a culto
ritualista. La oposición es legítima, pero no responde a los principales textos
citados. Lo que oponen los textos citados es culto unido a la justicia y culto
unido a la injusticia.
Tal planteamiento no
coincide con el de los apartados anteriores. No se trata de encuentro de lo
vertical con lo horizontal, sino de tensión de ambos factores. En términos
judiciales diríamos que Dios no acepta el culto como compensación o composición
que deje las cosas como estaban. Lo horizontal de la justicia aparece como
presupuesto de lo vertical del culto, y éste descarga su peso, multiplicado por
la altura, sobre la exigencia de lo horizontal.
Hay que recordar que el
peligro de concebir erróneamente el culto de ese modo es común a muchas
religiones, sin excluir la cristiana.
5. Dios se da por
ofendido
Comencemos por un
sencillo ejemplo humano: cuando uno ofende o perjudica a un niño, su padre se
da por ofendido y sale en su defensa. Es la comparación que emplea Ex 4:23:
«Israel es mi hijo primogénito y yo te ordeno que dejes salir a mi hijo para
que me sirva; si te niegas a soltarlo, yo daré muerte a tu primogénito». En el
hecho están implicados el derecho de libertad y la esclavitud: el Faraón no
tiene derecho a retener como esclavo al que ha nacido y es libre. Retenerlo por
la fuerza es una injusticia que, dirigida inmediatamente sobre el hijo, se
vuelve contra el padre, Dios. Dios se da por ofendido y acude a un juicio
contradictorio con el Faraón.
No es correcto decir que
Dios actúa como juez dirimiendo el pleito entre el Faraón e Israel. En la
concepción del texto bíblico Dios es parte ofendida porque toma el puesto del
pueblo. Cuando, apretado por la séptima plaga, el Faraón se muestra convicto y
confeso, no dice: «Israel es inocente, yo culpable, acepto tu sentencia en este
pleito», sino que confiesa ante Moisés y Aarón: «El Señor es inocente, yo y mi
pueblo somos culpables».
Si imagino un ángulo
recto con un lado horizontal y otro vertical, puedo proyectar uno en el otro
recíprocamente. Es el planteamiento de nuestra causa: los derechos e intereses
del pueblo se proyectan hacia Dios, el interés de Dios se proyecta hacia el
pueblo. Y tenemos otro caso de convergencia, que quizá sea otro aspecto
paralelo del caso primero. Sólo que allí el pueblo debía amor a Dios, aquí el
Faraón debe justicia a Dios.
Concebir y presentar a
Dios como juez imparcial desvirtúa la fuerza del texto del Éxodo, y se trata de
un texto fundamental, de la liberación de un pueblo oprimido. El esquema de
relaciones sorprendido aquí se puede descubrir en otros casos del Antiguo
Testamento, lo cual no es negar que Dios pueda figurar en el papel de juez
imparcial y no neutral. Al fin y al cabo, cuando un juez humano salva a un
inocente condenando a un culpable, está poniendo la autoridad social al
servicio del ofendido. Si se mantiene imparcial es porque no es neutral. Esta
consideración permite un ensanchamiento del esquema analizado: también actuando
como Juez, Dios sanciona la justicia, hace gravitar su peso verticalmente sobre
las líneas horizontales que vinculan a los hombres.
6. Redención y
solidaridad
Se puede considerar esta
relación como variante de la anterior. El “redentor” o rescatador o go’el es una institución jurídica del
Antiguo Testamento basada en la solidaridad. Un miembro de una familia o clan,
por solidaridad con otro miembro, tiene que rescatar una posesión enajenada o
rescatar al miembro caído en esclavitud; en caso de homicidio tiene que vengar
la sangre. Podemos imaginar la solidaridad como una relación horizontal, que
vincula a los miembros de un grupo en cuanto tales y sin distinción. Es verdad
que se tienen en cuenta grados de parentesco; también ésos los podemos colocar
en un plano como cercanía mayor o menor. Si hay algún desnivel, es que el
rescate se dirige hacia el necesitado, el que de alguna manera ha caído y se
encuentra en situación inferior. Pero ello no cambia el carácter igualitario,
horizontal de la solidaridad, como base del deber de rescate. Hay que notarlo
bien, es deber más que derecho. No es uno redentor porque ha redimido, sino que
debe redimir porque es redentor; y no cumplir el deber pudiendo hacerlo es
delito.
Hay un caso en que
aparece un desnivel social. Concebimos al rey como superior, por encima de los
súbditos, puesto en alto con autoridad. Pues bien, cuando por diversos motivos
fallan los rescatadores natos, el rey debe ocupar su puesto, entrando en el
plano de la solidaridad como go’el.
«El vengará sus vidas de la violencia», dice Sal 72:14 con el verbo g’l. Por encima del rey queda una
instancia suprema de rescatador, que es Dios mismo, quien puede ejercer la
función por medio del jubileo sacro (Lv 25:28). Redentor o rescatador del
pueblo desterrado y esclavo es título frecuente del Señor en la proclamación de
Isaías Segundo.
Si Dios se hace
solidario, la solidaridad humana adquiere una gravedad y dignidad máxima.
Alguno podría argüir en dirección opuesta: si Dios está dispuesto a cargar con
la responsabilidad, yo puedo desentenderme. Y así la solidaridad suprema y
última hace innecesaria la próxima e inmediata. Semejante modo de razonar no es
bíblico, antes bien la función rescatadora de Dios se cita como advertencia
grave: «No remuevas los linderos antiguos ni te metas en la parcela del
huérfano, porque su defensor es fuerte y defenderá su causa contra ti», Pv
23:10s; «Los que los desterraron los retienen y se niegan a soltarlos, pero su
rescatador es fuerte», Jer 50:33s.
7. Intercesión
Cuando uno intercede por
otros se mueve hacia arriba a favor de los que se encuentran en su mismo plano.
La intercesión es un caso en que las relaciones horizontales se transforman en
impulso ascendente hacia Dios. Como una fuerza que al ser aplicada en un punto
determina un cambio de noventa grados en la dirección del movimiento.
La intercesión, el orar
por los otros, puede aparecer como fuga. No es así en el Antiguo Testamento:
interceder por otros es tarea esencial de los mediadores, concretamente de los
profetas. El hecho de ser mediador, de estar en medio, no levanta al profeta
sobre el nivel de los suyos, porque en el Antiguo Testamento la intercesión
radica también en la solidaridad.
El caso de Moisés es ejemplar:
A Moisés le hace Dios una promesa patriarcal: «de ti sacaré un gran pueblo»; goy gadol es lo prometido a Abraham
según Gn 12:2; 17:20. Es decir, aniquilando el pueblo rebelde y contumaz,
Moisés será el nuevo patriarca de un nuevo pueblo escogido. Pero Moisés no
acepta el honor a costa de su pueblo: solidario con él en la desgracia
amenazada, intercede y lo salva. La promesa a los patriarcas tenía que
cumplirse: si Moisés escoge ser destruido con su pueblo, la línea se rompe y la
promesa no se cumple. Eso no puede suceder y en eso se apoya Moisés para
interceder. Además de Ex 32 podríamos citar la figura de Jeremías, a quien Dios
prohíbe interceder.
El profeta considera
culpa grave no cumplir con su obligación de orar por el pueblo: «Líbreme Dios
de pecar contra el Señor dejando de orar por vosotros», I Sm 12:23.
Interceder es
interesarse eficazmente por los otros. Así lo concibe el Antiguo Testamento. No
es desentenderse, no es perder el tiempo en actividad improductiva. Una
exposición que prescindiera de ello cometería el error opuesto y correlativo
del pietismo. Naturalmente la intercesión se basa en el interés de Dios por el
hombre y en que Dios desea que un hombre se interese por los demás. Interceder
es conjunción de lo horizontal con lo vertical.
* * *
Artículo tomado de:
Luis Alonso Schökel,
Hermenéutica de la Palabra III,
España: Ega / Mensajero,
1991,
cp. 15.
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