La
tradición y el futuro
Harvey
Cox
(Teólogo norteamericano, n. 1929)
Uno de los rasgos más atrayentes de la
mentalidad de la segunda mitad del siglo XX es su preocupación por el futuro.
La planificación, la predicación, la extrapolación y diversas formas de
adivinanza computada electrónicamente han comenzado a proporcionar un nuevo
cuadro de referencia para la política e incluso para la filosofía. El utopismo
ya no es un pecado mortal; y llamar a alguien visionario no significa que pueda
ser descartado sin una ulterior consideración […]
[…]
Yo quiero suscitar algunas de las cuestiones filosóficas e incluso teológicas
involucradas en este naciente modo de orientación al futuro. Mi tesis será que
un esfuerzo serio por pensar sistemáticamente sobre el futuro y por mantener el
futuro abierto para el hombre eventualmente estirará algunos de nuestros
existentes cánones del pensamiento hasta el punto del estallido. Pero esta
empresa también puede dar como resultado un valioso descubrimiento de ciertos
elementos olvidados en la herencia bíblica. Demostrará ser beneficiosa, sin
embargo, sólo si entramos en ella plenamente conscientes del colosal desafío
que representa para muchas de nuestras formas aceptadas de pensamiento y sólo
si nos percatamos de las raíces históricas de este esfuerzo actual para hacer
del futuro más que del pasado la norma para la ética social y la teoría
política.
[…]
Hoy día tenemos la colosal tarea no de separar los motivos bíblicos de
aditamentos culturales relativamente recientes, sino de separar el elemento
constituyente hebreo del constituyente helenístico en toda la tradición
cristiana occidental. Esta no es una síntesis reciente, sino que se remonta a
los primeros siglos del cristianismo […] Esta síntesis del profetismo hebreo
con la filosofía griega posterior fue difundida por todo el mundo antiguo y
transmitida al mundo medieval por el cristianismo. Proporcionó las formas de
pensamiento con las cuales ha procedido la tradición moral de occidente por
casi dos milenios. Ocasionalmente uno u otro de los componentes recibirá un
énfasis mayor: el griego durante el renacimiento, el hebreo durante la Reforma,
nuevamente el griego en la Ilustración, el hebreo en el Marxismo […]
¿Por
qué está ahora en tela de juicio esta venerable tradición teológica? La
respuesta más simple es que todo sistema de símbolos se hace infuncional cuando
ya no proporciona un adecuado horizonte de percepción, pensamiento y acción. En
una sociedad relativamente estable, en que la tarea principal del filósofo
moral era relacionar el pasado con el presente, la síntesis hebreo-helenística
era viable. Ahora, sin embargo, nuestra fascinación por el futuro, nuestra
permanente mentalidad de crisis y nuestra profunda consciencia del cambio
luchan contra el componente helenístico de esta tradición; la síntesis se hace
cada vez más imposible de sostener […] Nuestra tarea es sacar sentido al
futuro, desarrollar hacia él una actitud que sea apropiada a su carácter. Los
griegos, sin embargo, no tenían futuro; para los hebreos el futuro lo era todo
[…]
Es
importante aquí clarificar la diferencia entre las concepciones griega y hebrea
del futuro. En un sentido real los griegos no creían en un futuro histórico. El
concepto básico para ellos era “el ser”, y el ser estaba caracterizado por una
naturaleza eternamente inmutable. Las ideas de Platón son inmortales e
invariables. Los hombres nacen, luchan y mueren, mas lo que parece ser mutación
en realidad sólo equivale a aproximaciones pasajeras de la repetición eterna o
interminable de ciclos dentro de un horizonte del ser ahistórico […] A pesar de
todo su poder y sublimidad, la idea del eterno retorno excluye la posibilidad
de un auténtico futuro histórico.
Para
los hebreos, por otra parte, el mundo mismo era
historia. La palabra de Dios al hombre, su dabar,
era una promesa que le dirigía a un futuro en que la promesa se cumpliría. Era
una promesa de tierra propia, de restauración nacional, de una nueva era. Estas
promesas quedaban constantemente frustradas y los hombres desilusionados. Pero
Dios siempre prometía otra cosa, y el futuro quedaba abierto. La comunidad del
pacto estaba compuesta de esas personas a quienes se había hecho la promesa y
las que serían incluidas en su cumplimiento. La expresión suprema de esta
religión de promesa era la esperanza de una era mesiánica universal en que
sería abolida toda enemistad y las naciones estarían unidas en paz y justicia.
Este
palpitante sentido hebreo de la expectación futura no fue sofocado por el
advenimiento del cristianismo. Es verdad que la iglesia primitiva predicaba que
en Jesús de Nazaret había llegado el mesías por tanto tiempo esperado. Pero
también proclamaba que su Reino de paz y justicia, aunque inaugurado, todavía
tenía que culminar. En cierto sentido el mesías crucificado todavía estaba vivo
y volvería a aparecer para hacer plenamente visible un reino que ahora estaba
oculto e inacabado. Así, el cristianismo primitivo también estaba sumamente
orientado hacia el futuro. Mas esta actitud abierta y expectante hacia el
futuro en el cristianismo primitivo fue entibiada por dos influencias: el apocalipticismo dualista, y la teleología griega.
La
religión hebrea había llegado a una especie de callejón sin salida en su
escatología poco antes del comienzo de la era cristiana. Algunos rabinos
enseñaban que la era mesiánica vendría sobre la tierra y en la historia. Otros,
influidos por motivos persas, creían que vendría sólo en un relampagueante
final de la actual era histórica. El cristianismo heredó de Israel ambas
tradiciones escatológicas y nunca las combinó con un éxito completo. A veces el
Nuevo Testamento parece decir que el venidero Reino de Dios transformará y
renovará esta tierra. Otras veces esta tierra parece ser tragada en llamas
mientras aparece un mundo totalmente nuevo y prístino. La doctrina ortodoxa de
la Trinidad, que enseñaba que el Dios que había creado el mundo y el Dios que
lo estaba renovando eran uno solo y el mismo Dios, contrarrestaba una
escatología puramente negativa, antimundana. Y lo mismo hizo la decisión de las
iglesias primitivas de retener las escrituras hebreas, con su bramante
mundanidad, como un elemento integral de la Biblia. De esta manera la teología
cristiana escapó a la tentación de convertirse en otro culto apocalíptico, negando el mundo.
Mas
tan pronto como el cristianismo hubo ganado esta batalla fue confrontado por
una nueva crisis de la cual todavía no se ha recuperado suficientemente. Cuando
se trasladó de Palestina a la cultura helenística del mundo mediterráneo, tuvo
que adaptarse al predominante sistema de pensamiento de su tiempo o ser
descartado como otra secta judía provinciana. Los teólogos cristianos
realizaron esta tarea abrazando la filosofía helenística, incluyendo una
concepción teleológica de la
historia. La resultante mezcolanza del helenismo posterior y del hebraísmo
proporcionó la base intelectual para toda la historia de Occidente. Dios se
convirtió en el ente, el ser en sí
mismo, y sus atributos fueron la inmutabilidad, la aseidad y la eternidad.
Así,
pues, hemos heredado del cristianismo tres formas diferentes, incluso
contradictorias, de percibir el futuro. La apocalíptica,
que se deriva del antiguo dualismo del Próximo Oriente, prevé una catástrofe
inminente, produce una evaluación negativa de este mundo, y a menudo cree en
una élite que será arrancada del
infierno mientras que todo lo demás se disuelve. La teleológica, derivada principalmente de los griegos pero adaptada
por el cristianismo, ve el futuro como el desenvolvimiento de un designio
inherente en el universo mismo o en su materia primigenia, el desarrollo del
mundo hacia una meta fija. El modo profético
es la noción característicamente hebrea del futuro como el campo abierto de la
esperanza y la responsabilidad humanas. Los profetas israelitas no “predijeron
el futuro”, como afirman muchas concepciones erróneas populares. Recordaron la
promesa de Jehová como una forma de llamar a los israelitas a la acción moral
en el presente.
Muchos
de los valores incuestionables de Occidente hoy día no son más que formas
secularizadas de los valores judeo-cristianos. Igualmente también nuestras
formas de percibir el futuro tienden a ser formas secularizadas de los tres
componentes escatológicos de la tradición religiosa occidental. Cada una de las
tres perspectivas sobre el futuro -la apocalíptica, la teleológica y la
profética- tienen su correspondiente expresión secular moderna; y cada una de
ellas posee su característico estilo político. Mi tesis es que ni la
perspectiva apocalíptica ni la teleológica en sus formas contemporáneas
proporcionan una perspectiva adecuada para la política del futuro. Sólo una
recuperación de la perspectiva profética proporcionará el ethos que se requiere para la ética política que necesitamos hoy
día.
a)
La perspectiva apocalíptica.
“Apocalipsis” es una palabra griega que significa revelación, descorrer un
velo, y normalmente se refiere a la literatura religiosa que predice el
inminente colapso cataclísmico del orden del mundo actual y el advenimiento de
una nueva era […] Existen importantes diferencias entre la literatura
apocalíptica y la profética. La imaginería apocalíptica brota principalmente de
las influencias religiosas iraníes con su compleja angelología, su fantástica
demonología, y un dualismo inflexible que separa por un abismo la luz de las
tinieblas, esta era y la venidera. Aunque esta influencia predomina en el
material, éste fue excluido del canon judío y ahora está clasificado entre los
pseudoepígrafes (escritos falsos). El libro más apocalíptico que permanece en
el canon es el de Daniel.
La
razón por la cual el espíritu profético generalmente excluye los motivos
apocalípticos es que el apocalipsis crea un talante de negación del mundo, un
fatalismo, una retirada de los quehaceres terrenales, y a veces incluso un
virulento antimundanismo. La visión apocalíptica designa con frecuencia una
selección de los elegidos que serán salvados de la ruina catastrófica del mundo
en el inminente holocausto, y por consiguiente se convierte en la ideología de
diversos tipos de elitismos.
El
apocalipticismo y la política son inherentemente incompatibles. La política
requiere una meta, una capacidad para medir y evaluar los medios asequibles para alcanzarla, y cierta
confianza en que la historia proporcionará un campo de acción razonablemente
estable en el que corramos hasta alcanzar la meta. El apocalipticismo niega
todas estas cosas. No vale la pena buscar ninguna meta terrenal porque todas
son igualmente corruptas e ilusorias. No podemos pensar racionalmente sobre los
medios, puesto que la vida está determinada por poderes irracionales y fuerzas
malévolas. La acción racional es inútil porque los poderes fuera de la historia
y más allá del control humano rápidamente llevarán toda la cosa a un desenlace
en llamas.
El
apocalipticismo opera allí donde las personas deciden simplemente excluir el
proceso político y buscar la salvación personal o esperar el diluvio. Pueden
seguir interesados en la política, pero sólo para lanzar contra ella las
invectivas de total corrupción, artificialidad e inutilidad.
b)
La perspectiva teleológica.
“Teleología” proviene de dos palabras griegas que aluden al fin u objetivo
(telos) y significado (logos). Es esa visión de cualquier serie de
acontecimientos que la explica en términos de un fin o una meta. Aristóteles
dijo que toda la naturaleza refleja los objetivos de una causa final inmanente.
Los primeros cristianos adoptaron esta concepción aristotélica y no sólo
identificaron al primer motor con Dios, sino que hicieron del “argumento
teleológico” una de las pruebas clásicas de la existencia de Dios.
La
teleología secularizada moderna adopta numerosas formas. Puede aplicarse a la
historia y ver al hombre escalando desde la cueva hasta el rascacielos como un
proceso cuyo ímpetu total excede a la suma de sus partes. Puede basarse en la
biología […] y apuntar hacia una Gran Inteligencia que se dirige hacia formas
de vida todavía impensadas […] El hombre se experimenta a sí mismo como una
criatura con un designio.
La
debilidad del pensar teleológico es que pone un énfasis desmesurado en el arché, el principio. El telos es realmente desarrollo supremo
del arché. Todo el roble está ya
germinalmente en la bellota y ésta no tiene otra cosa que hacer sino
desarrollarse y crecer. La teleología proyecta en la historia, que debería ser
el reino de la libertad y la responsabilidad radicales, una forma de pensar
derivada de la naturaleza, que es el reino del desarrollo y la necesidad. Si la
antipolítica nihilista es el apocalipticismo secular, entonces la teleología es
la religión de la naturaleza del hombre secular moderno […] Pero tiene las
mismas desventajas. Obnubila el carácter especial del hombre como criatura
histórica, como un animal con memoria y esperanza, que sabe que si destruye su
mundo ya no puede culpar a las fuerzas que están fuera de su control.
c)
La profecía. La fe israelita siempre
había sido “promisoria” —basada en una promesa sobre el futuro— más que
“epifánica” —basada en la revelación de una condición eterna— […] Por muchas
razones la profecía con frecuencia ha sido erróneamente confundida con la
predicción del futuro o la adivinación. Nada podría estar más lejos de la
verdad. Los profetas hebreos, a decir verdad, a menudo emplearon los artilugios
retóricos de su tiempo, incluyendo la previsión del futuro, en sus
declaraciones. Mas su objeto era completamente distinto, como lo era también su
concepción de la historia. La única razón por la que hablaron del futuro fue
para que las personas cambiaran su presente comportamiento. Lo hicieron porque
creían que el futuro no estaba previamente determinado, sino que podía ser
alterado […] Las escrituras judías establecen una cuidadosa distinción entre
los roeh (videntes) y los nabí
(profetas). Un auténtico vidente, como Tieresias en la tragedia Edipo Rey de Sófocles, puede predecir
sólo porque los dioses han determinado ya el futuro de cada uno de los hombres.
El vidente no habla para alcanzar el arrepentimiento y un nuevo curso de
acción, como hacían los profetas, sino para avisar a alguien de que su forcejeo
por evadir la decisión del destino es fútil.
Los
profetas hablan del futuro en términos de lo que Jehová hará a no ser que su pueblo cambie sus caminos.
Jehová es libre de cambiar de parecer. El futuro no está previamente determinado. Lo único cierto es que Jehová, que
ha prometido perseverar con su pueblo, no lo abandonará. No deberíamos permitir
que ni la forma literaria de la profecía ni sus abusos por parte del
fundamentalismo cristiano como pruebas espurias del mensaje cristiano nos
desviaran de su principal impacto: concebir la historia como la esfera de la
responsabilidad humana por el futuro.
¿Existe
hoy un ethos moral que exprese el
profetismo de la misma manera que vimos el apocalipticismo y la teleología en
otro tiempo? Creo que sí. En contraste con el talante apocalíptico, el
profético deposita su confianza en el valor de la acción moral y política […]
La mentalidad profética rechaza la noción apocalíptica de que es éste o aquel
el grupo electo que puede escapar del colapso cósmico o está destinado a reinar
sobre todos nosotros. Concibe a todos los pueblos inextricablemente enmarañados
en el futuro del mundo.
La
visión profética considera al futuro con sus múltiples posibilidades
deshaciendo el nudo del pasado, del comienzo. En contraste con la mayoría de
las formas de la teleología, la profecía define al hombre como histórico más
que como natural. Sin negar su parentesco con las bestias, insiste en que su
libertad de esperar y recordar, su capacidad para asumir la responsabilidad por
el futuro, no es un accidente sino que define su misma naturaleza […]
Escribimos y volvemos a escribir el pasado, lo traemos a la memoria, porque
tenemos una misión para el futuro. Los profetas israelitas traían el pasado a
la memoria no para adivinar sino para recordar a las personas que el Dios del
pacto todavía esperaba de ellos las cosas en el futuro.
El
espíritu profético puede utilizar la
imaginería tanto apocalíptica como teleológica en tanto no sea absorbido por
ellas. Puede emplearla mientras no quede oscurecido el hecho básico de la
responsabilidad humana por el futuro. El cristianismo no siempre ha conseguido
mantener esta dimensión profética. En sus mejores momentos, sin embargo, la
teología cristiana hace inequívocamente universal una esperanza por el futuro
de la que a menudo los no judíos se sentían excluidos. El autor de la Epístola
a los Efesios recuerda a aquellos primitivos cristianos que antes de la venida
de Jesús habían estado “…alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los
pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2:12). Lo que
hace Jesús de Nazaret no es revocar la visión israelita del futuro sino invitar
a todos a participar en ella.
¿Cuáles
serán los contornos de una política cuya perspectiva esté determinada por una
orientación profética hacia el futuro? […] La profecía insiste en que el futuro
será forjado no por invisibles fuerzas malévolas o por irresistibles tendencias
inherentes, sino por lo que los hombres decidan hacer. Mas esta insistencia en
la apertura radical del futuro jamás es proclamada en general. Está implícita
en una demanda profética de acción moral en vista de este o aquel problema
político concreto. Así, pues, una política inspirada por la profecía […] no
estará pertrechada con directrices específicas sino más bien con lo que
podríamos denominar más exactamente una perspectiva moral.
Mas
la profecía también surge del supuesto más básico de que, si bien el hombre
puede forjar el futuro, nunca puede llevar la historia a un final y de esta
forma excluir el riesgo del cielo y del infierno. Las vigorosas orientaciones
hacia el futuro de muchos pensadores decimonónicos fueron frustradas por su
errónea creencia de que después de otra oleada más, la historia terminaría y el
hombre triunfaría de una vez para siempre. Comte pensaba que el advenimiento de
la era positiva haría esto; Marx vio en la sociedad sin clases un fin al
movimiento generado por el conflicto de clases. Incluso los historiadores
científicos del siglo XIX a veces pensaban que el hombre finalmente sería
liberado de la historia estudiándola. Cada uno fue culpable, a su manera, de un
tipo de falso mesianismo. Para la profecía, como los judíos casi han conseguido
enseñarnos, el Mesías es siempre “el que vendrá”. El hombre no es Dios. Puesto
que no puede abolir su propia libertad, non puede poner término a la historia.
Por consiguiente toda su política debe estar inspirada por una audaz
provisionalidad. La perspectiva profética nos libra de tener que construir para
la eternidad o resolver las cosas de una vez para siempre.
Mas
esta apertura incondicional hacia el futuro también permite a la profecía
escapar de la parálisis de las decisiones y políticas pasadas. La llamada
profética siempre requiere arrepentimiento, el reconocimiento franco de que uno
ha cometido errores, pero ahora optará de forma diferente. La política no tiene
por qué estar empapelada con pretensiones espurias de que no es más que la
extensión de decisiones tomadas en el pasado. El hombre no sólo es capaz de
innovación: la perspectiva profética requiere renovación incesante y la continua
revaloración de políticas pasadas, porque el mañana no será simplemente un
desenvolvimiento de las tendencias de ayer. Incluirá aspectos de novedad sin
precedentes.
*
* *
Tomado
y adaptado de:
Harvey
G. Cox,
No lo dejéis a la
serpiente,
Barcelona:
Editorial Península, 1969.
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